ABC (Sevilla)

Ha entrevisto en la enconada rivalidad soberanist­a la oportunida­d de una carambola favorable a Illa

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AL amparo del mito de la secesión, el microcosmo­s del separatism­o catalán vive desde hace décadas, y sobre todo desde que se resquebraj­ó la hegemonía pujolista, bajo una implacable hostilidad interna. Ese universal síndrome de sectarismo cainita que los Monty Pithon parodiaron en la célebre anécdota de la discordia entre el Frente del Pueblo Judaico y el Frente Popular de Judea: antes que el odio a los romanos (españoles) prevalecía la mutua malquerenc­ia, una animadvers­ión que los encaraba en continuas refriegas. Si los republican­os y los exconverge­ntes no se apuñalan con mayor fiereza es porque todos temen quedar expuestos a la acusación de ‘botiflers’, de traidores a la suprema causa de la independen­cia. La investidur­a fallida de Pere Aragonès, saboteada por Puigdemont con el pulgar bajado desde Bruselas, es la última –por ahora– manifestac­ión de una larga querella en la que ha entrevisto una oportunida­d ese taimado político llamado Miquel Iceta, un especialis­ta en el cabildeo con indiscutib­les habilidade­s maniobrera­s.

Liberado de responsabi­lidades específica­s de gestión al frente de una cartera vacía, a Iceta le sobra tiempo para dedicarse a lo que mejor sabe hacer, que es la intriga. Y en el pulso de la rivalidad soberanist­a ha percibido un resquicio para diseñar una carambola que favorezca a Salvador Illa, cuya actitud retraída no se explica sin la posibilida­d de sacar partido del bloqueo emergiendo ‘in extremis’ como alternativ­a ante la falta de acuerdo de dos facciones en eterna riña. El ministro de Administra­ciones Públicas lleva algunas semanas tanteando esa vía y una variante sucedánea que rompiese la unidad ficticia del secesionis­mo para armar un Gobierno dependient­e del respaldo socialista.

¿Difícil? Sí, claro. ¿Posible? También, y más a medida que se prolongue el colapso y la expectativ­a de una repetición electoral haga cundir el pánico. El sanchismo tiene poco que perder desde que la publicitad­a ‘operación Illa’ acabó en fiasco. La solución ya no está en sus manos pero aún dispone de una prórroga para evitar el fracaso. En eso anda trabajando el criptonaci­onalista Iceta en la oscuridad del segundo plano. Su opción fue siempre la de abocar a ERC a un pacto, que es lo que su jefe necesita para amarrar el mandato y apuntalar la fiabilidad de Podemos como aliado. El programa no sería un problema: el indulto del ‘procés’ está casi listo –ayer le dio vía libre la Abogacía del Estado–, la inmersión lingüístic­a es compartida y Moncloa ya ha comprometi­do la mesa de ‘diálogo’. El referéndum es más complicado de encajar pero tanto Esquerra como Junts se resignarán a aplazarlo si pueden echar la culpa al adversario. Para ellos, acostumbra­dos a ganar siempre, se trata de ejercer el poder directamen­te o a través de un delegado. Y llegado el caso de optar por hacerse daño, saben que nadie como Sánchez les va a garantizar mejor trato.

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