«El suicidio de mi madre era evitable»
Las llamadas al Teléfono de la Esperanza se duplicaron a causa de la pandemia. Pedir ayuda es imprescindible El parón de la atención a la salud mental
Laura, de 46 años y con dos hijos, se quitó la vida el 24 de octubre después de dos intentos. Tomó fármacos. «Mi madre tuvo un suicidio evitable», relata Carlos Pérez, su hijo, que ahora dice sentir un «profundo sentimiento de abandono» por parte de las instituciones.
Los días malos ganaban a los buenos en la vida de su madre desde hace unos 20 años. «Tuvo una depresión mal curada porque le recetaron antidepresivos, pero nadie se preocupó de regularle la medicación ni bajarle la dosis», explica Pérez a este diario. A pesar de la enfermedad, Laura consiguió llevar una vida normal e iba al psiquiatra una vez por semana, pero todo empezó a empeorar después del confinamiento estricto, una situación que, según los psicólogos consultados, ha sido más común de lo que parece.
«Mi madre siempre dijo que no podría haber tenido un trabajo de oficina en el que estuviera todo el rato parada o sentada. Justo al acabar la pandemia, a principios de verano, en junio, empezó a estar peor, con más ansiedad, no quería salir de la cama... Entre mi tía, mi hermana y yo la levantábamos estirándole del brazo. Tengo esa imagen grabada a fuego», recuerda su vástago.
La situación continuó así hasta el 5 de septiembre, cuando se intentó suicidar por primera vez ingieriendo una cantidad astronómica de pastillas, más de 100, cuenta su hijo. «La pillamos a tiempo y la salvaron. Al día siguiente ingresó en Psiquiatría de un centro, pero solo estuvo una noche», apunta
Con el confinamiento, la atención a muchos pacientes con problemas de salud mental quedó en parálisis. «Muchos profesionales no han mantenido su actividad profesional durante mucho tiempo, ni presencial ni online, lo que ha ocasionado que muchas personas hayan quedado sin posibilidad de acompañamiento y seguimiento, incluso sin ajustes de tratamientos», explica Magdalena Pérez, responsable del área de prevención del suicidio del Teléfono de la Esperanza.
La experta urge a que se retome y potencie esa atención. Sobre todo a los más vulnerables. «Los grupos de más riesgo son las personas mayores, las que tenían un trastorno mental previo, las que han perdido a un ser querido en este período, las que han pasado la enfermedad con síntomas severos, y los primeros intervinientes que son las Fuerzas de Seguridad y todo el personal sanitario. No hemos de olvidar a los adolescentes, un colectivo que ha triplicado el número de casos de ansiedad». en completo desacuerdo por esa decisión. Carlos también rememora que, una vez en casa, hacían de ‘policías’. Por miedo a que lo volviera a intentar el psiquiatra seguía atendiéndola (pero «solo», protesta Carlos) una vez por semana. El 25 de septiembre lo volvió a intentar. Esta vez tomó una dosis duplicada y se escondió para que no le encontraran tan fácilmente. Otra vez Carlos y su familia lograron que sobreviviera y la ingresaron esta vez dos semanas en Psiquiatría.
«¿Qué hacemos con tu madre?», preguntó la médico a Pérez pasados 14 días. «Conseguí ingresarla en una clínica en Málaga. Iba a estar 10 días, aguantó dos. No quería estar allí y el psiquiatra me llamaba para decirme que no podía con mi madre porque era una cabezona. No podía dejarla ahí, no me daba confianza», explica Pérez.
Al poco de regresar nuevamente a casa, el 24 de octubre, Laura aprovechó que su hijo había salido de casa y minutos después de que cerrara la puerta se ahorcó. «Me fui a las 9.10 y la hora de la muerte que certificó el forense fue las 10.00», asegura su hijo. Pese a su desgarrador testimonio, en los organismos que atienden llamadas de auxilio –el Teléfono de la Esperanza acaba de cumplir 50 años– subrayan que no es un caso único.
Como ella, 3.539 personas se quitaron la vida en 2018, según el último dato