Sergi Enrique
taba más». Ellos han aportado lo mejor de sí mismos a la camiseta nacional, pero esta también les devolvía algo a cambio: ser conocidos y, por el momento, la eternidad de sus números de vértigo. «Gracias a la selección jugaba por toda Europa y te venían mánagers y entrenadores de otras selecciones que también entrenaban a clubes. Era un escaparate. Y cuanto mejor estuvieras jugando, más y mejores ofertas podían llegarte al año siguiente», admite Fernández. «Si paso a la historia del voleibol no es por los treinta equipos en los que he jugado. Mi nombre se reconoce por ser jugador de la selección española, por haberla defendido con mucho orgullo y títulos. Cuando en 1986 le dije a mi padre que me quería dedicar al voleibol su respuesta fue «¿Y eso qué es?». La gente se fijó en el voleibol por el equipo nacional. Y en mí porque formaba parte de él. Fue una lanzadera, sin duda. Me ofrecieron la posibilidad de cambiar de nacionalidad para hacer ganar a otro país. Nunca lo hice. Entrenadores y afición apostaron por mí, y yo quería dar lo mejor para ellos. Qué menos que devolverles la confianza y la oportunidad a los que han apostado por ti para estar en la élite de tu deporte», confiesa.
Aunque está deseando que otro nombre ocupe su lugar en el olimpo del voleibol español. «Ojalá salgan otros cincuenta Rafas Pascual para que hicieran crecer nuestro deporte. Nos falta volver a unos Juegos. Es una lástima». También Fernández o Ybarra lo desean. Pero, por el momento, suya es la eternidad con la camiseta nacional.