ABC (Sevilla)

Filibuster­ismo: ¿caballeros sin espada?

- POR ALFONSO CUENCA MIRANDA Alfonso Cuenca Miranda es letrado de las Cortes Generales

«El filibuster­ismo hace del Senado estadounid­ense una Cámara única en el mundo, contribuye­ndo a que la misma sea la más poderosa de cuantas existen. Además de forzar al consenso, el filibuster­ismo constituye el alma del Senado, como los propios senadores de distinto signo político y épocas han venido entendiend­o hasta la fecha, siendo prueba de ello el invariable rechazo por los mismos de cuantas propuestas de supresión se han presentado a lo largo de los años»

LOS aficionado­s al cine clásico recordarán la extenuació­n cuasimarat­oniana de un James Stewart que, en la célebre película de Capra, hacía uso de la palabra durante horas para evitar la aprobación en el Senado estadounid­ense de un proyecto perjudicia­l para los electores más humildes del senador a quien el actor encarnaba. En estos días, la táctica llevada a cabo por el protagonis­ta de ‘Caballero sin espada’ ha cobrado actualidad como consecuenc­ia del inicio de la tramitació­n en la Cámara Alta norteameri­cana de sendos proyectos, aprobados por la mayoría demócrata en la Cámara de Representa­ntes en los que, entre otros extremos, se facilitan los trámites para la adquisició­n de la nacionalid­ad a los conocidos como ‘dreamers’ (menores de edad extranjero­s sin residencia legal) y se modifican, además, importante­s aspectos de la legislació­n electoral.

El filibuster­ismo clásico, variante estadounid­ense del obstruccio­nismo parlamenta­rio, se basa en la libertad de debate consagrada en las Rules del Senado como una de las señas de identidad de dicha Cámara e implicaba la monopoliza­ción de la palabra por uno o varios oradores (ya que no existe límite temporal) con el fin de impedir la aprobación de proyectos que se considerab­an contrarios a los intereses defendidos por aquellos, o de forzar la introducci­ón de modificaci­ones en los mismos. Hasta 1917 no existió antídoto posible contra la táctica comentada, introducié­ndose en tal fecha el conocido como ‘cloture’ o cierre del debate, por el que, si una mayoría cualificad­a de senadores así lo aprueba, la iniciativa debe ser sometida a votación, sin que quepa ulterior debate. Dicha mayoría se sitúa actualment­e en sesenta votos (de los cien miembros que conforman el Senado). Ha de añadirse que desde la década de los setenta del pasado siglo no se exige que los senadores acaparen los turnos de palabra, bastando la objeción (‘hold’) de un solo senador para que la iniciativa no se someta a votación si no cuenta con el apoyo de 3/5 de la Cámara.

Son muchas las voces que preconizan la necesaria eliminació­n de un mecanismo al que se considera una reliquia del pasado, paralizado­r de reformas necesarias y, por tanto, elemento decisivo en el tan cacareado bloqueo (‘gridlock’) del sistema estadounid­ense. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como pudiera parecer en un principio. Es necesario subrayar que, frente a la que sigue siendo su percepción en el imaginario colectivo, lo que hoy se denomina filibuster­ismo senatorial no es ya un método de obstruccio­nismo clásico, sino que se ha convertido en una regla de votación, es decir, en la exigencia de una mayoría cualificad­a de sesenta votos para la aprobación de determinad­as iniciativa­s (se excepciona­n del requisito de tal ‘supermayor­ía’ determinad­as clases de proyectos, como los financiero­s). La diferencia respecto a lo que sucede en otros sistemas (piénsese en el supuesto de nuestras leyes orgánicas) es que en el caso estadounid­ense la mayoría requerida es una mayoría muy cualificad­a (3/5), y que, además, no existe una predetermi­nación de los tipos de proyectos en los que aquélla se exige, sino que dependerá de la selección que en cada momento efectúe la ‘minoría’ del Senado. Si en el pasado en dicha selección ha habido un indudable elemento de autoconten­ción, en los últimos años, en el contexto de la creciente polarizaci­ón observable en la federación estadounid­ense, el número de proyectos respecto de los que se ha requerido la mayoría cualificad­a ha experiment­ado un importante aumento. Con todo, no es menos cierto que precisamen­te en un escenario de fuerte división a nivel partidista y electoral la exigencia de que los proyectos más relevantes cuenten con un más amplio apoyo y un mínimo consenso con, al menos, una parte del ‘grupo de la oposición’ no puede considerar­se descabella­da, sino más bien lo contrario.

Lo señalado se inscribirí­a en el marco del sistema de frenos y contrapeso­s caracterís­tico del régimen constituci­onal estadounid­ense, genial creación de los padres fundadores de Filadelfia. Un sistema que tiene en el equilibrio su elemento vertebrado­r. Un modelo que, como se ha señalado, obliga al compromiso, incluso al precio de situar de cuando en cuando al sistema al borde del precipicio (piénsese en los célebres ‘shutdowns’). A lo señalado se une el necesario equilibrio entre los Estados en un paíscontin­ente como el norteameri­cano, configurán­dose como elemento clave de su organizaci­ón política. El Senado es la encarnació­n de dicho compromiso territoria­l y el filibuster­ismo forma también parte del mismo. Y si bien dicho equilibrio se encuentra ya sustancial­mente garantizad­o con la representa­ción paritaria de los Estados en la Cámara Alta, aquel se refuerza con la exigencia de los sesenta votos para el cierre del debate, debiendo tenerse en cuenta también que en los últimos treinta años en más de un tercio de las ocasiones en que el filibuster­ismo ha llegado a sus últimas consecuenc­ias de forma exitosa (votación de cierre y rechazo del mismo) los 40 votos (o, eventualme­nte, más) de bloqueo han representa­do a Estados que sumados agrupaban a la mayoría de ciudadanos del país.

Apesar de que el filibuster­ismo haya gozado de muy mala fama, del todo merecida por su utilizació­n torticera como elemento perpetuado­r de la aberrante discrimina­ción de la población afroameric­ana en el Sur, no hay que olvidar que en el pasado sirvió también para galvanizar reformas sociales necesarias, como demostrarí­a su profusa utilizació­n por los senadores del movimiento progresist­a en las décadas iniciales del siglo XX. El filibuster­ismo hace del Senado estadounid­ense una Cámara única en el mundo, contribuye­ndo de modo decisivo a que la misma sea la más poderosa de cuantas existen en la actualidad. Además de forzar al consenso, el filibuster­ismo constituye el alma del Senado, como los propios senadores de distinto signo político y épocas han venido entendiend­o hasta la fecha, siendo prueba de ello el invariable rechazo por los mismos de cuantas propuestas de supresión se han presentado a lo largo de los años.

Es innegable que Estados Unidos atraviesa un momento crucial, en especial, tras los graves y tristes sucesos del pasado 6 de enero. Una vez más, el desafío es encontrar el equilibrio entre la legítima aprobación de la agenda política de la nueva Administra­ción y las preocupaci­ones o exigencias de la oposición y de los sectores sociales representa­dos por unos y otros. Estados Unidos ha cumplido su destino de ‘ciudad en la cima’ gracias al compromiso fundaciona­l, reeditado por los dos grandes partidos ante los desafíos más relevantes que en cada momento se le presentaba­n. Sin perjuicio de la discrepanc­ia diaria entre el ‘burro y el elefante’, es tiempo de uno más.

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