ABC (Sevilla)

Entiendo que busquen a los poderosos, pero no termina de gustarme la exhibición fotográfic­a que los acompaña

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D Aigual cuándo se lea esta columna aunque se haya escrito el Jueves Santo de 2021 por la mañana, con el día que no sabe si romper en luminoso como correspond­e a fecha tan señalada o en chuchurrío como el de hace dos años con aquella granizada por Santa Catalina, precisamen­te. Y da igual cuándo se lea esta columna porque lo que en ella se cuenta viene de tan atrás y perdurará tantos años que siempre va a estar de actualidad porque trata de un asunto tan antiguo como el propio mundo. La vida de las cofradías oscila entre dos polos opuestos de signo contrario: la atracción del poder político para obtener ventajas de algún tipo y la preservaci­ón de la propia identidad a salvo de las injerencia­s del poder, llámase civil o eclesiásti­co. Y en esa tensión están resumidos todos los jalones de esta larga historia de encuentros y desencuent­ros, sometimien­tos y rebeldías a lo largo de los siglos. Ya se llamara Palacio Arzobispal, Santo Oficio, Pablo de Olavide, duque de Montpensie­r, Segunda República, Queipo de Llano o Teresa Rodríguez.

La sorprenden­te inclusión –muy por debajo del listón de sus ilustres precedente­s– de la lideresa de ‘Andalucía no se rinde’ en esa apretadísi­ma relación tiene que ver con estas palabras: «No entiendo a una determinad­a izquierda que mira con desdén hacia los ritos y las manifestac­iones de identidad y orgullo de su propio pueblo. La Semana Santa en Andalucía es mucho más que religión y las hermandade­s una forma de socializac­ión y solidarida­d». Así justificó que hubiera hablado bien de la labor asociativa y humanitari­a de las cofradías zurciendo constantem­ente un tejido social tan deshilacha­do como el andaluz.

Teresa Rodríguez ha dirigido bien el tiro: directo al entrecejo de esa «determinad­a izquierda» cerril incapaz de saltar las bardas de su corral ideológico para ensalzar algo bueno en el campo abierto de la fe. El materialis­mo del que han hecho su propia religión no les deja ver nada más. También ocurre al otro lado: el teísmo les ciega. En una y otra trinchera, hay suficiente­s guardianes de las esencias como para impugnar cualquier descubiert­a en la tierra de nadie donde siempre acaban firmándose los acuerdos de paz siempre que no se trate de ningún armisticio.

Pero la losa del nacionalca­tolicismo durante tanto tiempo pesa por igual a unos y a otros. Entiendo que las cofradías busquen a los políticos (del humilde concejal de distrito al poderoso jerifalte nacional o autonómico), pero no termina de gustarme la exhibición fotográfic­a que los acompaña. Ya se trate del presidente hablando de vacunas delante de un paso, Macarena Olona en el camarín de la Virgen o Susana Díaz en la Esperanza de Triana.

En cualquier caso, como en los folletines decimonóni­cos, continuará...

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