Mantillas para evocar un Jueves Santo que acabó en un Valle de lágrimas
La visita a los templos recordó a ese día que reluce más que el sol pero, al caer la tarde, las gotas de lluvia que cayeron fueron un llanto melancólico
La Virgen del Valle, en su altar de plata, recibió la visita de miles de fieles durante el Jueves Santo de 2021
La sensación general es de cansancio, como suele ocurrir cuando se llega al núcleo central de la Semana Santa. Pero el de este año va mucho más allá del corporal. Es una fatiga abstracta, casi metafísica. Una rozadura psicológica e intangible provocada por la melancolía. Una película reproducida en el bucle de la memoria cuya banda sonora es siempre la música de Gómez Zarzuela. Ayer, mientras se ponía el sol por el poniente de la calle Imagen como el vapor que se iba hundiendo en las profundas aguas del Guadalquivir, a la hora precisa en la que la cruz de guía de plata que porta el nazareno de Pasión se coloca tras manto de la Virgen del Valle, la ciudad entró en un hondo trance nostálgico. La luna de Parasceve que anuncia la Hora Santa fue el toque de queda que le faltaba a Sevilla para regresar por el camino que más hiere hacia el recuerdo. Se acababa el rito y empezaba la regla. Al Jueves Santo se le caían las horas de un reloj sin manecillas en un tiempo infinito. Porque, a esa hora en la que por San Pablo se pinta cada año el claroscuro que es el culmen barroco de la ciudad con el contraluz del misterio de la Quinta Angustia, no había ya esperanzas en el horizonte.
Ayer murió definitivamente la Semana Santa de forma anticipada. A las ocho de la tarde expiró. El cielo se cubrió de tinieblas, se levantó el viento. Y cayeron cuatro gotas. Fue el único consuelo que ha tenido Sevilla en estos siete días que apuntan al pleno... y a la nada. Un llanto de desahogo justo al ocaso.
Este Jueves Santo se pareció a un Jueves Santo desde que amaneció. La visita a los templos fue ese rito que la ciudad guarda en el cajón de las tradiciones obligadas, y por eso se vieron mantillas y muchos trajes de chaqueta. Protocolo de una ciudad que sabe que, con pasos o sin ellos, este día es el centro espiritual de la fiesta. En los templos de las siete hermandades del Jueves y de las seis de la Madrugada, las colas recordaron a las del Domingo de Ramos. Pero no fue igual. El público de aquel día fue distinto. A lo mejor era el mismo, pero se había transformado. La ciudad no estaba alegre como en esa primera jornada de tediosas e interminables colas. El hastío ante la misma película cada día ha renovado el espíritu. Ayer, todo fue mecánico, como si Sevilla hubiera asimilado mal que le pese que esto es lo que hay y que así hay que morir hasta el final.
Las colas de ayer eran ya por costumbre. Porque una cosa sí es cierta, muy pocos fueron a visitar sagrarios. En esta Semana Santa que han querido vender como una posibilidad única para ahondar en el valor espiritual que se ha ido perdiendo en pos de los tan criticados elementos adyacentes —vulgo cofradías—, lo único que se ha conseguido es que el único interés general sea el de visitar los altares de las imágenes. La demostración es que los templos sin hermandades estaban vacíos. Que nadie lo dude: quienes fueron a los oficios son los de siempre. Y, por cierto, estaban a reventar todos las misas, cumpliendo con sus aforos. Pero como cada año. Porque las hermandades no han sustituido el componente religioso, lo han reforzado por más que algunos se empeñen en denunciar que éstas fomentan el costumbrismo cultural. Por eso hay que pedirle a Dios que se lleve esta maldita pandemia ya y que vuelvan a salir los pasos. Sin complejos.
Uno miraba las colas y no había mantillas. El 80% de los señores iba sin chaqueta y sin corbata. No se entendía cómo, en el Gran Poder, la fila llegaba hasta el conservatorio mientras se podía acceder perfectamente a la basílica para situarse en los asientos. Ahí está la demostración de que hay sevillanos que echan el rato en la cola indepen