Esperanza de vida
UNA frase del hermano mayor, al otro lado de la mesa de la entrevista, resume perfectamente la figura y el bagaje de Isabel Gil-Delgado: «¡Qué hermana mayor se ha perdido esta hermandad!». Pero la afirmación de José Antonio Fernández Cabrero tiene una respuesta en la veterana desde su silla de ruedas aún más definitoria: «No, no. Yo soy una mujer de sombra, de estar en la sombra para empujar y ayudar, pero no en el foco». Cerca de cumplir 89 años, la camarera de honor de la Esperanza Macarena va a ser también la primera mujer que reciba la medalla de oro de la corporación, una decisión que sólo está pendiente de la aprobación en el cabildo (donde habrá unanimidad) y que culminará una serie de reconocimientos a una labor en segundo plano indispensable para los de San Gil. Viuda del que fuera hermano mayor hasta 1993 José Luis de Pablo-Romero, fallecido en el cargo, Isabel se hizo hermana cuando su marido obtuvo la vara de oro en 1985. No forma parte, por tanto, del grupo de personas con más años en la hermandad, pero ni eso le ha hecho falta para ganarse un lugar en su historia. «Fui camarera desde que mi marido fue hermano mayor, es algo que se asigna, y desde entonces ella ha querido que siga hasta ahora. Estoy honradísima porque es un privilegio como pocos se pueden tener en la vida. Son 35 años seguidos y eso es un auténtico lujo. Y como ya soy camarera de honor, pues no me pueden quitar el sitio», dice en un tono jocoso que también refleja su vitalidad. «Sí, sí, yo estoy muy bien. Esto de la silla de ruedas no es nada, tengo autonomía, me muevo a todas partes, voy, vengo... Hasta juego al golf adaptado en Pineda con una silla que se extiende y me coloca de pie y sujeta. Ella, la Virgen, me da esa fuerza cada día, por mal que pudieran venir las cosas».
«Mi mayor suerte es que estoy siempre al lado de ella —afirma con rotundidad—. Por eso siempre pienso que cuando me muera y llegue al cielo, me estará esperando, porque después de tanto tiempo de darle la lata y pedirle y agradecerle todos los días, pues me verá y me dirá “anda, entra ya, entra ya, que después de tanto darme la lata no te vas a quedar fuera...”. Ella y yo hablamos mucho y su compañía para mí ha sido trascendental. Me hubiera costado mucho estar sentada en esta silla de ruedas, por ejemplo. Me ha acompañado en momentos muy duros que, sin su aliento, habrían sido terribles. Una mañana la estaba vistiendo tan normal y al día siguiente le estaba poniendo el luto por la muerte de mi marido. Sin ella habría sido muy duro, pero al estar a su lado, me quedé más tranquila porque supe desde el primer momento que él ya estaba a su lado. Ella te infunde una fuerza enorme». Ese mismo espíritu es el que Isabel ha trasladado a estos tiempos de
«Por muy mal que estemos, en el fondo siempre está el mismo sentimiento. Esperanza»
pandemia, de los que «también se puede sacar algo bueno, ya que es una oportunidad de crecer espiritualmente, de mirarnos más los unos a los otros y ver en qué podemos ayudarnos. Por más que diga, creo que esto nos va a servir para unirnos». Mujer con una enorme creatividad y un obvio liderazgo, destaca la «importancia que hoy día tienen las mujeres en las hermandades, en las que están mucho mejor representadas que hace unos años y son muy queridas y respetadas». Más allá de su puesto como camarera de honor, ha dado clases de religión en los cursos que la hermandad imparte y recuerda «el mensaje de humildad que el Señor de la Sentencia traslada constantemente y que tanta falta hace en estos momentos». «Y luego está el contraste con la luz de la Virgen, que nos da a todos la fuerza. Nosotros sólo abrimos la puerta de la basílica, pero luego es ella la que se encarga de atrapar para siempre a todo el que entra. Y ahora, con la pandemia, es la que nos dice claramente algo: que no nos desesperemos. Al final, por más que pidamos o muy mal que nos veamos, siempre está, en el fondo, ese sentimiento. Esperanza».