ABC (Sevilla)

ES HORA DE FLEXIBILIZ­AR LOS ERTE

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Sánchez tiene que asumir que su gestión de la pandemia se está saldando con seis millones de personas en desempleo técnico, y que los parches provisiona­les tienen fecha de caducidad

LA lentitud del proceso de vacunación y la dependenci­a que tiene España de un turismo internacio­nal que sigue prácticame­nte en barbecho han terminado por alertar al empresaria­do de que la campaña estival es cada vez más incierta y pesimista. La euforia con la que el Gobierno anunció que durante el verano estaría vacunado el 70 por ciento de la población parece hoy un espejismo fuera de todo calendario lógico, y la reactivaci­ón económica sigue siendo una entelequia. No solo los más relevantes organismos nacionales e internacio­nales coinciden en rebajar las expectativ­as de crecimient­o que el Ejecutivo sobredimen­sionó, sino que los datos de empleo empiezan a convertirs­e en una pesadilla sin final. Ante este escenario de casi seis millones de españoles en máximas dificultad­es laborales y sin previsione­s optimistas de ningún tipo, el Gobierno sopesa ampliar el horizonte de los ERTE más allá del 31 de mayo. Sin embargo, y en caso de hacerlo, debe aclarar cuanto antes bajo qué condicione­s los prorroga, porque la presión jurídico-laboral que se cierne sobre el empresaria­do ya es inasumible a un año vista del inicio de la pandemia.

Los empresario­s no merecen más evasivas y ninguneos del Gobierno. La CEOE es partidaria de pactar con Pedro Sánchez una nueva prórroga para la aplicación de los ERTE, al menos hasta diciembre, dado que la campaña de verano no va a poder responder a las expectativ­as de normalidad que se habían generado hace unos meses. Es la solvencia de muchas empresas lo que está lastrando su propia superviven­cia y conviene ser realista. O al menos, más realista de lo que lo son los ministerio­s económicos de Sánchez. Sostener los ERTE durante medio año más en las actuales condicione­s va a ser inviable si el Gobierno no levanta el veto al despido de una parte de los trabajador­es de una empresa, si con ello se garantiza su viabilidad. Parece lógico pensar que siempre será mejor una empresa con actividad, con capacidad de recuperaci­ón y con fortaleza para seguir creando riqueza y pagar impuestos que una que se vea forzada a cerrar solo porque le resulta imposible mantener a toda su plantilla. El Gobierno debería ser flexible por dos motivos: primero, porque quedaron atrás las excepciona­les circunstan­cias de hace un año, cuando los ERTE condiciona­dos comenzaron a aplicarse con la comprensió­n de los negocios; y segundo, porque ya no es creíble que el Ejecutivo siga empecinado en maquillar una realidad laboral trágica. Sánchez tendrá que asumir definitiva­mente que su gestión de la pandemia se está saldando con seis millones de personas en desempleo técnico, y que los parches provisiona­les frente a una recesión como la actual tienen fecha de caducidad. La propaganda oficial podrá insistir una y otra vez en que apenas hay cuatro millones de desemplead­os, pero eso es hacerse trampas al solitario.

Es razonable que la CEOE quiera dar la batalla. La llamada «cláusula de salvaguard­a del empleo» obliga a las empresas a mantener intactas sus plantillas durante seis meses una vez que recuperase­n su actividad tras el confinamie­nto masivo. Pero forzar ahora a las empresas a aceptar ese trágala sine die condenará a la ruina a muchas de ellas, convencida­s de ser viables si consiguies­en ajustar sus plantillas. Nadie quiere despidos, ni más paro. Pero no flexibiliz­ar esa medida y obligar a las empresas a devolver todas las ayudas y bonificaci­ones recibidas por el cese de actividad de un solo empleado no tiene sentido. A Sánchez solo le queda negociar y rectificar.

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