POR IGNACIO
Paternidad y liderazgo
«Aprender a ser padre es una necesidad y una cuestión de supervivencia además de una garantía de paz familiar. Hay que partir de ahí: ser padre es algo que debe aprenderse»
N Oes lo mismo engendrar que ser padre. Lo primero se consigue en un acto; lo segundo es una tarea de por vida. Y lo mismo ocurre con la maternidad. Pero como en estos tiempos hay más hambre de padre que de madre, permítanme que me refiera más a ellos en algunas consideraciones que, ojalá, puedan servirle a alguien además de a mí.
Es bien sabido que la prole no trae a este mundo manual de instrucciones, a pesar de la absoluta dependencia de sus progenitores en sus primeros años de vida y de otra forma, no menos importante, a lo largo de su crecimiento. Por eso, hay que aprender el oficio de padre y de madre sin que, en la mayoría de los casos, contemos mas que con nuestra experiencia de educandos, no siempre válida. Y aunque así fuera casi siempre inservible porque los tiempos, los valores y las circunstancias cambian y se vuelve inservible la experiencia de nuestra propia educación.
Cuántas veces nos podemos haber planteado la inimaginable reacción de nuestros progenitores ante determinadas actitudes de nuestros hijos. La mayoría de las veces no nos sirve ese recuerdo. La situación es bastante diferente. Decir: yo hago lo que siempre he visto en mi casa –como a veces se oyepuede significar renunciar a la mejora que indiscutiblemente supone evolucionar.
Aprender a ser padre es una necesidad y una cuestión de supervivencia además de una garantía de paz familiar. Hay que partir de ahí: ser padre es algo que debe aprenderse. Y no se trata de sacar un título que capacite para siempre porque cada etapa del crecimiento de los hijos requiere actitudes diferentes y, por tanto, aprendizajes nuevos. No obstante, podemos considerar una serie de principios o actitudes básicas que son comunes a todas esas etapas.
Entiendo que la tarea de padre tiene mucho que ver con el liderazgo. Y un líder, por encima de ser un guía a seguir, es alguien capaz de formar líderes que ayuden a crecer a los demás. ¿De qué sirve que nuestros hijos e hijas nos admiren e intenten imitarnos si no son capaces de liderar a su futura prole? (Nótese la diferencia entre un líder y un influencer…).
La obra de Chris Lowney «El liderazgo al estilo de los jesuitas» recoge los cuatro principios del liderazgo que Ignacio de Loyola propuso a sus seguidores: conocimiento propio, ingenio, heroísmo y amor que pueden servirnos de orientación básica.
Sin conocimiento propio, sin saber cuáles son nuestras fortalezas y debilidades, no es posible mejorar. Por eso se propone este principio como presupuesto básico del liderazgo. Líder no es aquel que carece de defectos sino quien los conoce, reconoce sus errores y lucha por superarlos sin avergonzarse de sí mismo por ello. La función de padre requiere una constante capacidad de rectificar, de cambio y, en consecuencia, de saber pedir perdón al hijo o hija con quienes hayamos tenido una conducta errática.
El ingenio, será el recurso permanente para promover de forma adecuada –nunca violenta- la conducta que haga crecer al educando. El ingenio se compone de creatividad, sentido del humor e imaginación, cualidades que son compatibles con la seriedad, porque lo contrario de aquellas no es esta, sino el aburrimiento.
Héroe, como nos recuerda Fernando Savater, es quien ha escogido como su propio mundo, la aventura que se caracteriza como un tiempo lleno frente al tiempo vacío de la rutina («La tarea del héroe», 1982). El tiempo lleno tiene que ver con ilusión por la vida; y eso favorece la actitud de siempre responder a los hijos, nunca «reaccionar», lo cual, unido a una permanente atención a lo que decimos, a cómo lo decimos y en el momento en que lo decimos, es también heroísmo.
Finalmente, el amor. Se puede instruir sin amor, pero no educar, en tanto una determinada promoción de la persona hacia la plenitud del ser humano (que diría Tomás de Aquino), sin apartarse de la realidad. Erich Fromm nos señala cómo: El principio de todo camino hacia la propia transformación es reconocer cada vez más la realidad y descubrir los engaños que corrompen, hasta hacerla venenosa, aun la doctrina más excelsa («Del tener al ser», 1976).
Francamente, no es fácil ser padres; pero es posible llegar a serlo si nos lo proponemos a pesar de nuestras equivocaciones. Se trata de una tarea de crecimiento personal y de sensibilidad hacia nuestros hijos en la que ellos nos dan pistas si sabemos estar atentos a sus reacciones.
Se entiende que este tema constituya el primer mandamiento que aparece en la Biblia: Creced, multiplicaos. (Pero primero creced).