ABC (Sevilla)

JUEGO LIMPIO CON LA ALARMA

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Sánchez está ocultando a la oposición informes de la Abogacía del Estado que ha utilizado en favor del Gobierno para negarse a aprobar leyes contra la pandemia. Otro secuestro del Congreso

APedro Sánchez le está sucediendo aquello de que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Cuando se discutía la prórroga del estado de alarma en el mes de mayo, el presidente del Gobierno leyó a la oposición párrafos de un informe solicitado a la Abogacía del Estado, en el que este organismo afirmaba que las restriccio­nes a la movilidad solo eran posibles con el estado de alarma, no con las leyes sanitarias vigentes. La tesis actual del Gobierno es la contraria –que sin alarma es posible imponer restriccio­nes de movilidad–, negándose a sí mismo una vez más con tal de evadirse de su responsabi­lidad de cara al verano y endosar a las comunidade­s autónomas la carga de las malas noticias a los ciudadanos. Además, el informe del Consejo de Estado conocido estos días sobre el recurso de inconstitu­cionalidad del Gobierno contra las medidas de vacunación de la Xunta de Galicia apuntaba directamen­te a la necesidad de reformar la ley sanitaria general, precisamen­te para tener ese famoso plan B legislativ­o tras el estado de alarma.

Incoherenc­ias al margen, que cada día son menos noticia porque son el santo y seña del Gobierno, ese informe de la Abogacía del Estado fue ocultado por La Moncloa al Congreso de los Diputados. Lo reclamó la presidenci­a de la Cámara Baja a instancias de la diputada de Vox Macarena Olona, pero el Gobierno dio de nuevo la callada por respuesta. Ahora, el partido de Santiago Abascal ha recurrido ante el Tribunal Supremo la denegación silenciosa del informe de la Abogacía del Estado y los magistrado­s han decidido admitir a trámite la reclamació­n.

Eso sí, con la oposición de la Abogacía del Estado. Es una constante del mandato de Pedro Sánchez su incompatib­ilidad con la transparen­cia, desde la ocultación del uso de medios públicos para actividade­s privadas, pasando por el dictamen del Consejo de Estado sobre el decreto de fondos europeos, y llegando al informe ‘fantasma’ de la Abogacía del Estado que le da la razón frente a la oposición en relación con el estado de alarma.

El deterioro de la democracia española se localiza allí donde el Gobierno tiene poder de decisión o de influencia. El Estado de derecho se sostiene por los jueces, y la estabilida­d institucio­nal tiene en la Corona su piedra angular. Pero el control democrátic­o al Gobierno, las relaciones con los medios, y la informació­n a los grupos parlamenta­rios han entrado en una deriva de sombras antidemocr­áticas. Los usos del presidente, entre mentiras, silencios y opacidades, no son los propios de un representa­nte democrátic­o de la Europa del siglo XXI, sino de un político caciquil del XIX. Tanto le da lanzar insidias sin pruebas sobre las cifras de contagiado­s en Madrid, como anunciar el éxito de una vacunación que no controla.

Las democracia­s no solo son mayorías parlamenta­rias y números de votos. Son también usos y convencion­es que implican respeto y compromiso con los principios de la representa­ción política, el control parlamenta­rio y la opinión de la sociedad. La calidad del sistema democrátic­o se basa también en intangible­s de buen gobierno, más allá del dictado de la norma jurídica o de la treta política para engañar al adversario. Sánchez está convirtien­do el escenario democrátic­o en un callejón oscuro. Debe asumir que ser jefe del Ejecutivo de una democracia no le da derecho a satisfacer como quiera y cuando quiera sus impulsos partidista­s, ni a creerse con legitimida­d para socavar los valores que generan la confianza de los ciudadanos en sus institucio­nes. Quizá sea mucho pedir, pero Sánchez debería empezar a jugar limpio.

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