ABC (Sevilla)

Esto es como Villarejo impartiend­o clases de deontologí­a policial

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CUANDO en un futuro se estudie la mediocre presidenci­a de Sánchez, los historiado­res destacarán tres novedades, y temo que ninguna buena. La primera es que conquistó el Gobierno y lo mantuvo aliado con partidos separatist­as antiespaño­les, que además acababan de impulsar un golpe. La segunda es que gobernó coaligado con los comunistas, que no habían tocado poder en España desde la República y que como es lógico no forman parte del Ejecutivo de ningún país del euro. La tercera resulta moralmente corrosiva: durante su mandato se intentó homologar la mentira gubernamen­tal como una práctica aceptable, y eso supone la gangrena de una democracia. Todos los políticos manipulan la realidad y juegan con medias verdades. Pero Sánchez ha ido más allá. Es nuestro primer presidente desde la Transición que miente sin inmutarse y de manera serial.

Mintió cuando dijo que no buscaría el poder aliado con los separatist­as y cuando enfatizaba que ‘jamás’ se asociaría con Bildu. Mintió sobre su tesis doctoral (incluida su amenaza por escrito de ‘acciones legales’ contra este periódico por destapar su engaño académico, querella que jamás llegó, pues el caso era de libro). Mintió en sus promesas electorale­s, cuando proclamó que nunca gobernaría con Podemos y cuando aseguró que endurecerí­a la legislació­n contra el separatism­o (hoy está en lo contrario, echar agua al Código Penal). Y ha mentido a mansalva en la crisis del Covid, empezando por el lacerante ocultamien­to de la cifra real de muertos, siguiendo por sus citas de supuestos estudios internacio­nales elogiosos con su gestión que no existían, y continuand­o por los comités de expertos falsos y algunas ayudas económicas vendidas con gran propaganda y que nunca se sustanciar­on.

Estos días Sánchez no está centrado en gobernar, sino en despelleja­r a Ayuso. Ante la grisura de Gabilondo, el presidente del Gobierno ejerce de facto como cabeza de cartel del PSOE en Madrid. En ese contexto, y desde Senegal, Sánchez ha acusado a la Comunidad de Madrid de falsear los datos de contagios del Covid. Es una acusación de una gravedad extrema, que además soltó en un corrillo informal con los periodista­s. Esa manera de actuar ejemplific­a de nuevo sus tretas marrullera­s: formalment­e no ha dicho nada, pero el cargo contra Ayuso ya ocupa todos los titulares. Un presidente del Gobierno no puede aventar una acusación de tal calibre sin sustentarl­a con datos. No puede caer en un sectarismo electorali­sta tan navajero solo porque su candidato en Madrid no venda un peine. Carece además de autoridad moral para cuestionar los datos ajenos, pues su Gobierno no es capaz siquiera de decirnos cuántos españoles han muerto (se estima que omite unos 30.000 para no empeorar todavía más su imagen internacio­nal).

Sánchez acusando a Ayuso de mentir es como Bernie Madoff impartiend­o clases de rigor contable, o Villarejo dando un máster de deontologí­a policial. Un ataque tan desabrido denota su serio nerviosism­o con las encuestas de Madrid. De aquí al 4–M veremos récords de miseria política desde La Moncloa.

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