ABC (Sevilla)

Manuel Ruiz Romero Manolito el taxista

Se ganó el cariño de muchos alumnos del colegio Portaceli, que lo llegaron a considerar un segundo padre

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ntes de encontrar su verdade-ra vocación siendo el entrena-dor y el animador de las inicia-tivas futboleras del colegio Por-taceli, Manuel Ruiz, Manolito el taxista,a, como lo conoció media Sevilla, trabajóó en Fasa y en Deportes Arza, donde loss fuegos artificial­es de su carácter, efusi-vo e incontenib­le, le hacían pasar unaa vergüenza de campeonato al grandísi-mo Juan Arza. Porque Manolito, al vo-lante de la furgoneta de la casa, con ell brazo izquierdo apoyado en la ventani-lla y medio cuerpo fuera, se encargabaa de pregonar a viva voz que llevaba a suu lado a Juan Arza, grande entre los gran-des, sin cortarse un pelo ni escuchar all Niño de Estella, que, inhibido por tan-ta feria, le rogaba que se callara. Una dee las caracterís­ticas de este hombre quee encauzó conductas juveniles, inculcóó principios deportivos, retiró a los pim-pollos de las tentacione­s del pitillo y less metió en sus jóvenes molleras que nadaa se consigue sin esfuerzo, fue precisa-mente esa: una indescript­ible capaci-dad para hacerse notar. Era el taxistaa del colegio jesuita. Pero, en realidad, fue mucho, muchísimo más. Hasta el punto de que algunos chavales lo llegaron a considerar su segundo padre……

Sabihondo, tunante, chisposo, exigente, cercano, comprensiv­o, hacía girar su mundo alrededor de tres ejes innegociab­les: el fútbol, el Sevilla F. C. y Portaceli. Le perdía dinero al taxi. Pero lo ganaba con creces desarrolla­ndo ese don extraordin­ario de ser el líder de unos jóvenes que vieron en él un maestro que enseñaba fuera de las aulas. Su sevillismo le costó más de un rebote en el colegio. Cuando el equipo ganó la primera plata en Eindhoven y él era conserje del centro, Manolito se desbordó en adhesiones inquebrant­ables y mandó a su hijo Luisma Ruiz, que era profesor, que le llevara el disco del Arrebato. Toda la avenida de Dato tronó con lo que cuentan las lenguas antiguas... También llenó de pósteres el colegio. Hasta que le dieron un toque y él dijo que com

Aprendía su exceso. Pero que por favor le dejaran poner un solo cartel. En él escribió: «no hay suficiente­s paredes como para colgar los títulos que tenemos…».

Con los equipos del Portaceli consiguió tres campeonato­s de Andalucía. A Nicolás Coronel, uno de sus capitanes en los sesenta que le ayudó a confeccion­ar el equipo campeón, le sorprendía la libertad de cátedra futbolera de su método. Manolito no seguía ni a la escuela alemana ni a la holandesa. Y su entrenamie­nto consistía en que los niños le dieran cinco vueltas al campo grande y luego los ponía a jugar. Con tan simple y rupestre método consiguió logros deportivos y humanos. Porque el propio Nicolás Coronel reconoce hoy que supo insuflarle­s pundonor, esfuerzo y honestidad. Y eso que algunos eran dados a la picaresca. Como uno que pretendía tangar al míster acortando las vueltas al campo grande. Manolito lo veía todo. Era como el tercer ojo budista. Aunque pareciera despistado, se quedaba con más coplas que las que cantó Juana Reina. Cuando el escaqueado creía haberle dado mortadela por jamón, Manolito le mandaba dar otras cinco vueltastas al campo por listo y por vago. Curiosamen­te, en los sorteos de principio de temporada que se hacían ppara regalar botas de fútbbol, muchas veces acertabab el número premiado el chicoc que no podía costeársel­as.s

Fue un consumado poetat popular. Y las rimas con premiosp llenan sus mejores horash líricas. Pero también andabaa sobrado de ingenio parap la prosa diaria. A saber: a Antonio Leal junior le dijo unau vez que si no las paraba conco las manos o con los pies, quequ por lo menos le rebotaran;ra citaba a los jugadores parapa una analítica en el campopo de fútbol y los ponía a limpiarlop­i de piedras; a Ramón Muñiz,M que era un joven a una narizna pegado, le decía: «Coño, conco la nariz que tienes no las hueles,hu pero si fueras perro policíapo desarticul­abas el Grapopo en quince minutos». A tres quequ tenían rasgos físicos distintost­in a la etnia dominante los llamaba el cartel del Domund;mu a Pepe Cajaravill­e, en el campoc del Benacazón, lo volvióvol loco con una marca. Le tocótoc un extremo habilidoso y con la capa de superman por camiseta,cam ni el primo de Usain BoltBol corría tanto. Y cuando iba a pararlopa por lo civil o lo criminal,min Manolito le gritaba desded lal casetilla: «¡¡ Noooooo, a ese nooooooo.!!» Mosqueado, Cajaravill­e le preguntó qué pasaba. Y Manolito le dijo: «Cuidado con ese que es el sobrino de Carrasquil­la…» Carrasquil­la era el jefe de portería del Portaceli. Rey del queo, a Juan Arza junior le guindó una carrera desde la Palmera a Manuel Casana. No le reveló su identidad, reprimió su incontinen­cia verbal y, cuando llegó a destino, encendió la luz y le dijo: «¡¡Adiós, mamona…!!». Juan se quiso morir… de risa. Algunos de aquellos chavales de los sesenta, tantos años después, se lo han encontrado por la vida y le han dicho lo más hermoso que se le puede decir a un instructor: que fue su segundo padre y que estuvo en las horas más felices de la juventud de varias generacion­es ignacianas...

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ARCHIVO FAMILIAR

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