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Jean Dupuy (1925-2021) Se movió entre la pintura, la música y la palabra, tanto en París como en Nueva York

Aconsecuencia del Covid, ha fallecido en la localidad de Pierrefeu, próxima a Niza, donde residía desde 1984, el singular Jean Dupuy, nacido en 1925 en Moulins, en el Allier. Figura secreta, inasible, un poco al modo de nuestro Juan Hidalgo (con el que compartió mecenas en la figura de Francesco Conz), se movió entre la pintura, la música y la palabra, tanto en París como en Nueva York.

El firmante de estas líneas descubrió el nombre de Dupuy en 1971, gracias a una individual suya, muy lumínica y tecnológica, en una galería parisiense de formidable programación, la de Ileana Sonnabend, en la rue Mazarine, casi a la sombra del Institut. Luego supimos que el francés había pasado por España. En 1964 expuso en solitario en el Ateneo de Madrid, de la mano de Carlos Antonio Areán, y con obras gestuales muy vacías; el catálogo lo prologaban Renée Beslon y Juan José López Ibor. Al año siguiente, participó, en compañía de Degottex, Françoise Janicot, Yves Klein, Mathieu, Michaux y Sima, en la muestra barcelonesa ‘Du vide à l’inmatériel’, en René Métras, Y en 1970 figuró en la colectiva de poesía visual de la galería madrileña Dánae.

Inicialmente, Dupuy iba para arquitecto, carrera que empezó a estudiar en 1943 en la École des Beaux-Arts, y que dejaría por la pintura. En la década siguiente, cultivó con talento la abstracción lírica y gestual, entre Mathieu, Hartung y Degottex, de nuevo. En 1967, tras tirar al Sena muchos de sus cuadros anteriores, se marchó a Nueva York, donde frecuentó a George Maciunas, cuyo estudio heredaría, y a Gordon Matta-Clark. En 1968 Pontus Hulten lo incluyó en su muestra del MoMA ‘The Machine’. Participó luego en EAT (Experiments in Art and Technology). En 1973 irrumpió en su vida la

Fluxus neoyorquina de origen puertorriqueño Olga Adorno. En el volumen ‘Collective Consciousness: Art Performances in the Seventies’ (1980), con cubierta de Nam June Paik, el francés recopiló el día a día de aquella escena efervescente, de la que fue uno de los articuladores, y en la que colaboró en ocasiones con españoles como Muntadas o Carles Santos. Luego vendrían su apartarse del mundo, sus piedras, sus sistemas de signos, su libro ‘ Ypudu annagramiste’ ( 1987), sus homenajes a Duchamp, Cage o Erik Satie, ‘Satierik’, del que como Hidalgo fue gran devoto, lo cual le llevó a participar, en 1998, en un festival en Honfleur, ‘Allais Honfleur Ring Satierik’. Pocas ocasiones ha habido de hacerse una idea de la totalidad del recorrido de este raro pintor esencial devenido en dinamitero, entre otras cosas por lo periférico de sus retrospectivas: Ginebra, Dijon, Niza, La Seyne-sur-Mer (esta última, en 2008, con su pintura salvada del Sena)...