Las aspiraciones políticas del alcalde no tenemos por qué pagarlas los sevillanos
La ambición es como la libertad. Si la de uno perjudica a otro, se transforma en un concepto totalmente distinto. La libertad en libertinaje y la ambición en codicia. Por eso Juan Espadas tiene que ajustar mejor la maquinaria que ha puesto en marcha para conquistar el PSOE andaluz y derrocar a Susana Díaz. Su aspiración es legítima y sus probabilidades de éxito son bastante altas, pero todo depende del respeto que demuestre tener por los ciudadanos a los que representa. Y hay varios aspectos en los que no está siendo fino. Su gira andaluza para atraer simpatizantes fuera de Sevilla está siendo muy gruesa y también bastante irrespetuosa con los sevillanos. Su viaje a Málaga el Viernes Santo fue un exceso en todos los sentidos. Para el alcalde de Sevilla no existe ninguna exigencia en su agenda institucional que justifique saltarse el perímetro decretado por la pandemia. Lo primero que tiene que hacer el máximo representante de una ciudad cuando se dicta una norma de este tipo es dar ejemplo y suspender todos los compromisos que tenga fuera de la provincia, que ya habrá tiempo de recuperarlos cuando se vuelva a permitir la movilidad. Una cosa es que viaje por las provincias el presidente de la Junta de Andalucía o el líder de la oposición regional, porque gestionan todo ese territorio, y otra que lo haga un alcalde. Pero además hacerlo un Viernes Santo siendo el de Sevilla tiene doble castigo. La Semana Santa es el principal acontecimiento de esta ciudad y resulta como mínimo irrespetuoso que su primer edil se vaya de gira un día tan señalado, más aún cuando el pretexto es ver cofradías de otro lugar. Pero en lugar de reflexionar tras las críticas recibidas por este viaje, Espadas organizó otro unos días después a Jerez con la excusa de que iba a participar en un encuentro ecuestre. Y esto ya sólo puede tener una interpretación: Sevilla ha pasado a ser secundaria para él.
Con un simple paseo por la ciudad ya es fácil llegar a esta conclusión: todo está sucio, los parques están abandonados, hay aceras intransitables, los macetones que pusieron en el Centro para evitar atropellos como el de las Ramblas en Barcelona están podridos... No se puede decir precisamente que Sevilla esté en su mejor momento. Es verdad que Juan Espadas ha desbloqueado proyectos que llevaban décadas en el congelador, como la Ciudad de la Justicia, la línea 3 del metro, la Gavidia o la construcción de viviendas protegidas, pero da la impresión de que ese empeño en gobernar bien su ciudad para sacarla de la abulia en la que tradicionalmente subsiste forma parte ya del pasado. El alcalde está entregado a la causa andaluza y esa ambición está a punto de convertirse en codicia si es a costa de los sevillanos, que no tenemos por qué pagar las aspiraciones políticas de nadie. Espadas se debe a Sevilla antes que a su proyección personal. Porque a ver si cuando haga uno de estos viajes de su gira socialista no vamos a querer que vuelva.