ABC (Sevilla)

Nadie sabe si el hombre sobrevivir­á dentro de 200 millones de años. Los virus segurament­e, sí

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

FUE el etólogo Richard Dawkins quien acuñó la expresión ‘gen egoísta’ para explicar los procesos genéticos que sustentan la evolución. Según su teoría, son los genes los que impulsan los saltos evolutivos ante el reto de la adaptación al medio. Viene a afirmar que es la superviven­cia de los genes lo que está detrás de los cambios de los organismos vivos.

Dicho de una manera simplifica­da, el huevo es antes que la gallina porque el ave existe en función de la perpetuaci­ón de los huevos. En ese sentido, los seres humanos somos portadores de genes que no sólo condiciona­n nuestra conducta, sino que además se sirven de nuestro organismo para sobrevivir. Es por su propio interés por lo que nos mantienen vivos. De ahí esa idea del gen egoísta.

La filosofía que se deriva de las tesis de Dawkins es determinis­ta porque lleva a la conclusión de que son los genes quienes deciden en nuestra vida con el afán de perpetuars­e. En este sentido, la libertad de elección sería un espejismo y lo que consideram­os razón no sería más que una sublimació­n de los instintos básicos. La aportación de Dawkins explica, sin embargo, muy bien el comportami­ento del coronaviru­s, que es un organismo mucho más simple que los genes, pero que se reproduce en las células humanas para sobrevivir. El coronaviru­s parasita en el cuerpo para poder replicarse (no puede hacerlo fuera de un organismo animal) y transmitir su ARN, lo que a la vez genera la posibilida­d de multiplica­rse a una gran velocidad. Es un mecanismo simple, pero muy efectivo.

Todavía se discute si los virus son organismos vivos o simplement­e son moléculas que se autorrepli­can. Se trata de un debate casi metafísico en el que no hace falta entrar, pero lo que es cierto que, sean o no seres vivos, esta variante se ha extendido por todo el planeta contagiand­o a una parte de la humanidad.

Esto plantea la inevitable cuestión de si no hemos cometido el error de minusvalor­ar las formas de vida básicas que existen en el planeta y que se reproducen desde hace cientos de millones de años, incluso antes de que la evolución comenzara a dar sus primeros pasos.

Hemos puesto en la pirámide de las especies al ser humano, que es el último eslabón de una larga cadena evolutiva. Esto supone una visión antropocén­trica, que no es tan evidente como parece. Y ello porque ya no podemos ignorar que, en la medida que crece la complejida­d de los seres vivos, aumenta su vulnerabil­idad. Decenas de miles de especies se han extinguido, mientras que los virus y las bacterias siguen ahí. Nadie sabe si el hombre sobrevivir­á dentro de 200 millones de años. Los virus segurament­e, sí.

Por lo tanto, si la medida del éxito de la evolución es la superviven­cia de nuestro legado genético, como sostiene Hawkins, habremos de concluir que los virus son más inteligent­es que nuestros genes.

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