Las leyes amarran más las manos de la autoridad que las del delincuente
NUNCA pudiste imaginar que llegaría un día en que todo sería políticamente incorrecto. No podías imaginarlo, porque las prohibiciones eran entonces, ¿no es cierto?: ‘prohibido blasfemar’, ‘prohibido escupir en el suelo’, ‘prohibido hablar con el conductor’, ‘prohibido fijar carteles’, ‘prohibido el cante…’ Todo estaba prohibido, decían, y resulta que hoy es peor. Porque se prohibía blasfemar y se blasfemaba, se prohibía cantar y se cantaba. Hoy, ya ves, todo está prohibido. Han conseguido que la palabra sea una esclava en nuestra boca, y nosotros seamos esclavos de las normas que, a veces desde la insensatez o la estupidez, nos imponen.
A los niños, entonces, se les decía lo que canta Serrat, «Niño, deja ya de joder con la pelota. Niño, eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca…» Pero es que hoy, que ya no eres un niño —ya quisieras, pero no de hoy, de entonces—, te dicen eso mismo y te lo dicen con amenazas, y con riesgo de que claven tu nombre en la picota y, sin consultar con nadie —y, sobre todo, sin consultar con el diccionario—, te llaman facha, machista, carca, antigualla, atrasado, dictador. Eso, por algunas palabras en público; expresiones que hasta ayer mismo eran de curso legal en la dictadura y que la democracia — es un decir— de algunos no permite ahora. Esto, con el lenguaje, que lo están estropeando, manchando, empobreciendo. Están cercenándonos poco a poco la lengua más hermosa para convertirla en una incomprensible sarta de cursis modismos sin fundamento. Eso, con la palabra. Si te da por llamarle la atención a alguien que esté obrando mal, que esté dañando a alguien, entonces te juegas el físico, digo que te juegas la vida. La autoridad no está en manos de lo que siempre fue, razonablemente, la autoridad; está en manos del más fuerte, del más violento, del más pendenciero, y ese energúmeno está dispuesto a machacarte la cabeza si le pides por favor que, por ejemplo, no le pegues a esa muchacha. Al final, lo mismo: una preocupante, extraordinaria, cuasi absoluta falta de autoridad. Las leyes amarran más las manos de acción de la autoridad que del delincuente. Y así vamos, que damos gloria. En todo y en todos los sitios: los espacios de disfrute públicos, las concentraciones festivas, la calle, el tráfico, los bares… Autoridad. Nos va a pesar —o va a pesarles a los que vengan detrás— este exceso de caricias a la fiera. Nos va a pesar este pretender domar sin riendas, sin vara y sin espuelas. Nos va a pesar. Bueno, ya nos está pesando, y, sobre todo, ya nos está doliendo. Y lo estamos pagando a un precio altísimo. Sencillamente, porque, sin decirlo, han prohibido la autoridad.
Los romanos dirían que rebosaba
y que no necesitaba Yo destacaría su elegancia intelectual y su pasión por los animales silvestres
auctoritas
E Npotestas.
marzo de 1973 llegué con Rodríguez de la Fuente y su equipo de TVE al Hato El Frío (Llanos de Venezuela), donde nos recibió Álvaro Maldonado. A la semana, Félix me dijo «mañana conocerás a Pedro Trabbau, vamos a rodar toninas». Al alba apareció Pedro pilotando su avioneta y así nació una sólida amistad, que se mantuvo hasta su muerte el pasado día 16 de enero. Emocionado dedico unas líneas a la memoria de este gran hombre que dejó una profunda huella en el mundo de la conservación.
Pedro, educado y culto, dominaba varios idiomas. Era reflexivo y un maestro en el arte de escuchar. Buen mozo, frugal, trabajador incansable, no se quejaba y con naturalidad pasaba un día de campo en ayunas. Pero sabía apreciar la cocina de calidad y un buen vino del Rin, su tierra natal, le hacia feliz.
Próximo, para el no existían diferencias sociales o étnicas. Sus alumnos y empleados, sobre todo los humildes, le adoraban. Los romanos dirían que rebosaba auctoritas y que no necesitaba potestas. Yo destacaría su elegancia intelectual y su pasión por los animales silvestres. Encarnaba lo mejor de los científicos alemanes que tuve el gusto de conocer mientras hacia mi tesis.
Karl Peter Trebbau Millovitsch nació el 20 de mayo de 1929 en Colonia y palpó la dura posguerra alemana. Su familia, que incluía actores de teatro y un bisabuelo que intentó fundar un zoológico, le inculcó los valores del esfuerzo, el trabajo y la honestidad. De niño se escapaba a las riberas del Rin a buscar reptiles y en casa guardaba culebras y otros tesoros. Le fascinaban los animales salvajes y consiguió hacerse amigo del dueño del serpentario de Drachenfels.
Estudió Zoología en Frankfurt y Freiburg, a los 24 años inició Veterinaria en Giessen. Viajó a Venezuela en 1953 para ampliar conocimientos. La estancia planeada para un semestre duró una vida. En 1958, finalizada Veterinaria en Maracay, es nombrado director del caraqueño Zoológico del Pinar (1958-1974) y, cautivado por el país, adquiere la nacionalidad venezolana. Entonces le encargan un nuevo zoo digno de Caracas. Así, nace el de Cuaricuao, obra suya que dirigió de 1974 a 1979. Dedicado a la investigación, la conservación y la educación, primaba el bienestar de los animales. Incluía hábitats naturales donde, en plena libertad, vivían y se reproducían desde insectos y caracoles a monos, murciélagos, caimanes y peces.
Cuaricuao resultó ser un proyecto innovador de incalculable alcance. Sus conocimientos, su don de gentes y su destreza para manejar animales vivos explican el milagro.
Sus novedosos programas de televisión ( Lafauna, Campamentoenlaselva y Zoológico infantil) causaron un enorme impacto. Apasionado piloto de avioneta, tripulante de globo, escalador y sub
Participó en la expedición al Auyan Tepui (1956), que escaló; también en el rescate de 10.000 animales cuando la presa del Guri (1968) anegaba la selva. Visitaba los hatos ganaderos para rescatar jaguares ‘cebados’ y se adentró en las inexplorados territorios yanomamis del Orinoco para frenar la devastación de los garimpeiros. Asombró a los que le vieron recoger, con un amigo, sacos de mangos en la Florida caraqueña; hasta 60 transportó en su avioneta para arrojarlos sobre Bonaire y evitar la desaparición por hambre de las amenazadas cotorritas de la isla, asolada por la sequía.
Adelantado a su tiempo, innovó los zoológicos, la divulgación y la conservación, y fue distinguido con múltiples condecoraciones.
Fue recibido con los brazos abiertos por una Venezuela abierta, próspera y ansiosa de talento, entonces un paraíso natural cuya biodiversidad quizás se comparase con la de la época virreinal. Sus ideas, sueños en Europa, se hicieron allí realidad. Igual fortuna tuve yo cuando llegué con Félix diez años después y, apoyado por la familia Maldonado, nació la Estación Biológica de El Frío.
Él y su esposa, Helena López Fraino, biznieta del expresidente Hermógenes López, tuvieron siete hijos, personas y profesionales magníficos. A ellos quiero transmitir mi profundo pesar y mi afecto.