Sólo nos faltó imprimir, maestro
José Antonio Viloria (1940-2021) Fue un fotógrafo sevillano referente para otros destacados profesionales
no nunca sabe cómo empezar a decir todo lo que siente después de que la vida, con su liturgia inefable de que todo es perecedero, me hubiera atravesado con un disparo. Y aunque lo esperaba hacía tiempo, me ha sorprendido a lo mejor ensimismado en el día a día. Ensimismado en nada. La muerte de José Antonio Viloria me ha estremecido hasta los más profundo. Y lo sé porque de sus fotos y sus clases aprendí lo que era el estremecimiento. A José Antonio Viloria lo conocí cuando yo era aquel joven indisciplinado que soñaba con viajar. Comenzó siendo mi profe y después de verlo empuñar tanta sabiduría, se convirtió en mi maestro. Y él lo sabía. Y me mostró que su pasión por las celebraciones ri
Utuales no provenían de su fe, como del circo de rostros y cuerpos desvencijados que discurrían debajo de aquel boato. Como decía Viloria, ahí estaba la verdadera vida, la que él acabó escogiendo para eludir el cerrojazo de la muerte y así poder continuar con aquel suntuoso teatro. Desenfundaba y encuadraba como en el lejano oeste. Por eso luego sus fotos eran tiras de caricatura maravillosas donde los desvaídos y los amantes recelosos se consagraban delante de beatas descuidadas, o donde los más devotos, con sus vestimentas impecables, acababan al final amodorrados como cualquiera en hombros de cualesquiera. Fotos sin envanecimiento, fotos de una humanidad natural y en las que él también se vio retratado.
Tenemos cosas pendientes, pero ya no responde. No he podido quedar con él en el Portón, que era su sitio. Nunca me dijo que no me aventurara. Su lección era otra: «Vete donde tengas que irte, pero procura siempre saber el camino para volver y no quedarte varado en el mundo tenebroso del ego que siempre tentó a esta profesión. Pero sobre todo para volver con los tuyos». Este era su mandamiento. Esto lo guardé en lo más profundo de mi corazón, porque luego después siempre he querido regresar a mi casa cuanto antes. Regresar con mi mujer y mis hijos, con mis amigos, con mi familia, antes de perecer en el oficio. Como hizo siempre él con la suya.
La última peripecia de Viloria fue una impresora. Me decía que si no llevabas las fotos al papel, allí mismo empezaban a evaporarse. Estaba tan empeñado que quizá fue porque vio su propia estela haciendo cola para viajar al cielo, a la nube. Pero no tuvo tiempo. Sólo nos faltó imprimirlo. Gracias, maestro.
De su alumno menos rentable, con todo mi corazón: