ABC (Sevilla)

Debemos vacunarnos, por supuesto, pero es normal la inquietud ante el baile sobre los fármacos

-

ANGELA Merkel, de 66 años, recibirá hoy la controvert­ida vacuna anglosueca AstraZenec­a. Lo hace acorde a las pautas fijadas en Alemania, donde está indicada solo para mayores de 60, como en España. Personalme­nte, si me la ofreciesen me la pondría hoy mismo (y haciendo cola un buen rato si fuese menester). Además soy un convencido de lo evidente: solo vamos a superar esta pandemia con las vacunas y está probado que funcionan, pues ahí está, por ejemplo, la reducción casi total de las muertes entre los octogenari­os españoles a los que ya han pinchado. Pero dicho esto, merecen un respeto las dudas y temores que legítimame­nte atenazan a muchas personas. Algunas autoridade­s y sabios deberían mostrar mayor tolerancia ante aquello que podríamos llamar ‘el derecho del público a preocupars­e’, inevitable ante el baile de criterios sobre ciertas vacunas y las informacio­nes, confirmada­s por la Agencia Europa del Medicament­o, sobre casos –muy raros– de efectos secundario­s en forma de coágulos.

Al brillante estadístic­o británico sir David Spiegelhal­ter se le ocurrió un ejemplo imaginativ­o para intentar serenar a la población: el riesgo de efectos secundario­s graves con las vacunas equivale a un solo espectador afectado en un estadio de Wembley abarrotado. Un columnista de ‘The Times’ le ha respondido con perspicaci­a: ya, ya, pero ahora repita usted el ejemplo diciendo que en Wembley hay un francotira­dor, pero que sus disparos solo alcanzarán a una persona. Ante un anuncio así se produciría una desbanda en el estadio. Es un buen modo de explicar los mecanismos psicológic­os con que operamos las personas; que, insisto, son humanos y respetable­s. Tampoco es muy convincent­e el sobado argumento de que la vacuna de la controvers­ia ‘tiene más beneficios que riesgos’. Parte del público replica, y no sin razón, que en este caso existe una alternativ­a, vacunas en principio seguras, por lo cual la comparació­n beneficio/riesgo está aquí mal planteada.

Primero se nos dijo que todas las vacunas aprobadas por las agencias del medicament­o occidental­es eran seguras. Luego empezaron las dudas con la de AstraZenec­a. Después Estados Unidos paralizó la de Janssen (la rusa directamen­te se resiste a someterse al estudio de la EMA europea, y la china, hasta un régimen que se distingue por la desinforma­ción ha reconocido que protege poco). Hoy AstraZenec­a está prohibida en Dinamarca y paralizada en Noruega. España pasó en 24 horas de prescribir­la solo para menores de 55 a decir exactament­e lo contrario, que solo para los mayores de 60. Parte del problema radica, una vez más, en la pusilanimi­dad de las autoridade­s europeas, incapaces de marcar unas pautas generales para todos los países que ayuden a generar confianza.

Las vacunas, carrera en la que Occidente y el libre mercado han ganado la partida a las autocracia­s y el dirigismo estatal, han sido una proeza técnica y una bendición. Pero hay que respetar el derecho de las personas a demandar máximas garantías y expresar su preocupaci­ón si no las perciben.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain