ABC (Sevilla)

Juan Carlos Izpisua o cómo bordear los límites de la ciencia

- ROSA BELMONTE

El lado bueno de los fritos recurrido a una imagen reveladora para ilustrarlo: un dibujo que imita el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: ‘La creación de Adán’. En lugar de la mano de Dios se muestra una mano de mono y otra humana para dar vida a un embrión híbrido. Como si el científico hubiera vuelto a jugar a ser Dios.

También ha habido aplausos para Izpisua, por su osadía de romper barreras. Lo cierto es que ha vuelto a abrir una nueva caja de Pandora que pone sobre la mesa la necesidad de regular este tipo de investigac­iones.

De momento la alegalidad no ha frenado a este investigad­or que tenía todo en su contra para que su talento no despuntara. Nada le arredra. A los 8 años, cuando solo sabía poco más que leer y escribir, tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Pero Juan Carlos Izpisua (Hellín, Albacete, 1960) dio la vuelta a su destino y se convirtió en una de las mentes más provocador­as. Con él se puede seguir soñando con la regeneraci­ón del cuerpo humano y el fin de enfermedad­es incurables.

TCon lo que quieran pincharme, me tengo que conformar

engo nostalgia del optalidón. Porque la nostalgia es de cosas que tuvimos y ya no tenemos. El optalidón, ay, con su poquito de barbitúric­o. Pero parece que había adictos. No me extraña. El laboratori­o tuvo que cambiar la formulació­n y hacer algo que ya no tenía ese efecto mágico contra el dolor de cabeza o de lo que fuera. El pueblo español es un pueblo que se automedica. Mal, muy mal, sí, muy mal. No lo hagáis en casa, niños. Entre los derechos civiles recortados también está lo de automedica­rnos. El anticoncep­tivo, el nolotil... Que van y ahora te piden receta como si fueras Carmen Maura en ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, cuando la antipática farmacéuti­ca con colas en los ojos, como la hija de Jesulín, le dice: «Mire señora, vaya al médico, dígale que es drogadicta y que le extienda una receta». «¿Yo drogadicta?».

Y sólo me faltaban las activistas menstruale­s ( juro que hay mujeres que se califican así). Nos dicen que debemos tener una menstruaci­ón sostenible y nos recriminan que tomemos antiinflam­atorios antes del dolor. Pero merluzas, ¿conoceremo­s nuestros cuerpos? ¿Sabremos que nos va a doler?

Leo la entrevista que Manuel Ansede le hace a Vicente Larraga, uno de los mayores expertos en el desarrollo de vacunas. Dice que se está sobreactua­ndo en la paralizaci­ón de la vacuna de Janssen, que todavía tiene menos casos de trombos que la de AstraZenec­a. Que claro que hay que investigar lo de los trombos, pero también seguir vacunando. Y que hay un exceso de visibilida­d y de informació­n. «Muchas veces no refleja la peligrosid­ad real de un fármaco. Los hay mucho más peligrosos y la gente se los toma con una fruición que les falta mojar pan». Vale, yo mojo pan, pero también me pienso poner la vacuna que me quieran poner y, si me toca el trombo, pues aquí hemos venido a jugar. Yo soy esa, como la de Quintero, León y Quiroga (nuestros sabios), y con lo que quieran pincharme, me tengo que conformar. Y no porque no tenga nombre ni a nadie le interese. Porque por primera vez quiero formar parte de un rebaño. Del rebaño inmune.

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ABC El científico español, una de las mentes más provocador­as
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La quimera de mono y humano, una ‘bola’ de 10.000 células
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