Si hay que elegir entre la vida y lo demás, debemos tenerlo claro
M Econtaban hace unos días el caso cercanísimo que habían vivido con un familiar: «Era un negacionista. Le dije que tuviera cuidado con ir al gimnasio, que tomara muchas precauciones, que usara gel hidroalcohólico, que se lavara las manos, que no se juntara con grupos de amigos para ir a tomar copas, que no se quitara la mascarilla… Y él me decía que era un error el vivir asustado y rodeado de miedos; que él estaba sano y no le iba a pasar nada. Lo pilló. No sé cómo se contagió, pero se fue en veinte días.»
Historias así conozco varias, y todas, todas, de gente de sesenta y cinco años para abajo. No soy el paradigma de las precauciones, aunque en mi descargo diré que no lo soy por lo hecho que estoy a no recibir visitas, más que por inconsciente; aun así, cuando a la casa viene alguien ocasionalmente, más de una vez he tenido que volverme antes de abrirle la puerta porque se me olvidaba colocarme la mascarilla. No podemos darle la oportunidad al virus, porque el virus ha demostrado que aprovecha descuidos, imprudencias, olvidos, y son muchos ya los muertos. A los aficionados a los toros nos sabe mal otra temporada sin festejos; y nos sabe mal quedarnos sin Rocío a quienes tenemos gran debilidad por algún momento de la romería; y a quienes acostumbrábamos a tomar unas copas con palabras en la Feria, nos sabe mal el apagón de un descampado sin casetas. Y más tristezas, por celebraciones a las que llevamos unidos toda la vida y por humanas cercanías a las que no podemos abrazar a tener tan cerca como quisiéramos. Pero si todo esto, digo todo lo que prohíben, lo hacen para protegernos, para evitar que el virus nos arranque la vida, démoslo por bueno. Es muy duro para muchos negocios no poder abrir, ni ofrecer sus servicios, ni trabajar aprovechando unas fechas propicias para hacer caja, pero si abrir la mano supone poner en riesgo la vida, démoslo por bueno. Lo que no se entendería es que todo el sacrificio que estamos haciendo no sea sino un ensayo carísimo de a ver qué tal se da esta medida frente al Covid. Lo que no se entendería es no ser justos y cerrar unas compuertas y abrir otras, como en un caprichoso —o interesado— turno de riego. Lo que se aplique para los toros, que se aplique a otros espectáculos públicos al aire libre; lo que se aplique a una procesión, que se aplique a celebraciones parecidas. Y así, en todo. Lo entendemos, porque es la vida el precio. Algo que tantos desaprensivos no entienden o no quieren entender y originan prohibiciones o estrecheces que, si fuésemos consecuentes, quizá no nos impondrían. Si hay que elegir entre la vida y lo demás, debemos tenerlo claro. De nosotros depende.