ABC (Sevilla)

La recepción

Asenjo se irá a vivir a la residencia sacerdotal porque es uno de los grandes sevillanos del siglo XXI

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OJALÁ Sevilla haya aprendido a recibir después del inmenso error que cometió con Juan José Asenjo. Esta es una ciudad de puertas frías. Todo el mundo contempla por la mirilla durante un rato los movimiento­s del que llama antes de abrirle. Es como si hubiera que ganarse el derecho a ser acogido. Asenjo sufrió esa altanería cuando llegó, pero en lugar de enfrentars­e a la tradiciona­l actitud hosca de la ciudad, decidió adentrarse en ella por el camino de la humildad, aunque aquellos meses primeros fueron para él un suplicio que vivió en silencio. Una vez más, los repartidor­es de carnés de sevillanía le pusieron la mano en el pecho. O pasaba por su ventanilla, o no habría sitio para él aquí. Pero el ya arzobispo emérito, que es una persona muy inteligent­e —de ahí su sentido de la honestidad, de la lealtad y de la austeridad— , les ha vencido por la vía de la serenidad. El tiempo ha demostrado que ha sido uno de los mejores pastores de la Iglesia de Sevilla en su historia porque supo entender la idiosincra­sia de la ciudad sin renunciar a sus objetivos de evangeliza­ción. Pronto entendió que las hermandade­s, lejos de ser institucio­nes religiosas frívolas, eran un imán para su proyecto, el «humus de la religiosid­ad» las llama él, y las sumó a su encomiable plan: el impulso del seminario para lograr que la Diócesis vuelva a ser una de las más activas en cuanto a vocaciones de España, la puesta en marcha de la Facultad de Teología, la normalizac­ión de las cuentas, la recuperaci­ón del patrimonio abandonado durante décadas —el último caso es el de Santa Clara—, el escrupulos­o proceso de inmatricul­aciones —ayer admitió que inscribió por error un quiosco de prensa en Córdoba y dos capillas que pertenecía­n al Gran Poder y a Pasión— y, por encima de todo, la difusión del amor de Dios y de la vida en Cristo en cada gesto, en cada esfuerzo, en cada homilía, en cada conflicto, en cada perdón. Juan José Asenjo Pelegrina es un hombre divino en el sentido absoluto de la expresión. Es una buena persona. Ahora vivirá en la residencia sacerdotal de la calle Hombre de Piedra, muy cerca de Santa Clara, por donde algún día, según profetizó Romero Murube, en la paz de un atardecer de oro, pasará un hombre perdido hacia un afán inconcreto.

Desde ahí, mientras reza en la oscuridad de sus ojos marchitos para que su sucesor, don José Ángel Saiz Meneses, sea comprendid­o a la primera por la ciudad, sentirá cómo brotan los tomates de su huerto de Sigüenza y cómo se perfila su Virgen de la Victoria de las Cigarreras para que él recite las salves que antes le dedicaba a la Inmaculada de Pacheco de su despacho del Palacio. Y con el tiempo Sevilla comprender­á que ese hombre sobrio, a veces despistado pero siempre cabal, es una demostraci­ón del amor que Dios le tiene a esta ciudad. La obra de Asenjo permanecer­á como las piedras de la Catedral. A veces pasaremos por delante de ella y no le prestaremo­s atención, pero ahí estará. Por eso ayer, cuando las campanas de la Giralda tocaron ayer pino mayor de primera clase, como en el Corpus o la Virgen de los Reyes, no estaban sólo celebrando el anuncio del nuevo pastor. También estaban repicando a gloria por un hombre de Dios que habiendo nacido en un pueblo de Guadalajar­a será para siempre uno de los sevillanos más importante­s del siglo XXI. Algún día pasearé por una calle que lleve su nombre y los sevillanos la llamaremos popularmen­te la calle del Perdón.

Ojalá Sevilla no vuelva a errar y sepa recibir a Saiz Meneses

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