LA CRUZ DEL SUR
ntre los «afrancesados» de mi generación, Olivier Duhamel, el gran constitucionalista, fue una institución. Máxima autoridad en las «ciencias políticas» francesas y sombra de la famosa facultad de ‘Sciences Po’, Duhamel parecía no caerse de titulares mientras su imagen se repetía incansable en radios y televisiones. Pocos personajes en el siglo francés (en el pasado y en el presente hasta ahora) disfrutaban de un respeto más generalizado que él, hasta que su hijastra, Camille Kouchner, hija del cé
Elebre ministro que fundó Médicos Sin Fronteras, ha hecho trizas su prestigio con un libro titulado «La familia grande» en el que tira de la manta para descubrir a su padrastro como un vulgar pedófilo hasta ahora encubierto por la ley del silencio vigente entre la «upper class» parisina, esa flor del mal crecida sobre el humus de la estrategia elitista de ciertos sectores de la «gauche divine» que cifraba una famosa divisa: «En la Izquierda, como en la gran burguesía, la ropa sucia se lava en casa».
Camille ha roto ese silencio, al fin, y en Francia ha resurgido la polémica que a finales de los años 70 estremeció la conciencia pública al conocerse la desconcertante «omertá» de la crema de la intelectualidad (desde Sartre y la Beauvoir a Barthes y Deleuze pasando por Lyotard, la doctora Dolto y el propio Aragon) con la actitud menorera de Foucault al defender el derecho de los adultos a ejercer la pedofilia. «Una barrera de edad fijada por la ley no tiene mucho sentido», pontificó socráticamente aquel maestro partidario de lo que él llamaba «pedofilia no abusiva». Durante este enero pandémico el sordo rumor crítico que acompañó a aquel escándalo ha vuelto a soliviantar el ánimo de una sociedad que se quiere libre «ma non troppo».
¿Cómo hubiéramos imaginado a Duhamel deslizándose como un íncubo (o quién sabe si como un súcubu) en la cama de un adolescente? Malamente, desde luego, pero entiendo que lo ejemplar de este rifirrafe no está tanto en esa crítica imagen como en la de una «inteligentsia» tan exclusiva que se cree con derecho a catequizar a la gente corriente desde el púlpito de su perversa singularidad. Parece no tener remedio la tentación exclusivista de un progresismo más pijo y canalla que libertario. Tengo entendido que los Kouchner andaban habitualmente desnudos por casa. Camille parece haber comprendido que donde se siembran vientos se recogen tempestades y hasta es posible que la Izquierda (o lo que quede de aquella utopía decimonónica) haya entendido al cabo la destructiva falacia que se oculta en el clasismo de una conciencia ensimismada.