ABC (Sevilla)

El policía que mató a George Floyd es declarado culpable de asesinato

La sentencia tardará ocho semanas y las penas por los tres cargos conllevarí­an un máximo de 40, 25 y 10 años de cárcel para Derek Chauvin

- JAVIER ANSORENA ENVIADO ESPECIAL A MINEÁPOLIS

Estados Unidos y parte del mundo tenían la mirada puesta ayer en los juzgados de Mineápolis, donde en las últimas semanas se ventiló el juicio por el caso que ha sacudido al país en el último año y que puso, una vez más, a la democracia más antigua y estable del mundo frente al espejo de las desigualda­des raciales. Hacia las tres menos cuarto de la tarde (las 21.45 horas en España), con un cielo encapotado en la ciudad de Mineápolis, se supo que el jurado encargado de decidir el futuro de Derek Chauvin, el expolicía acusado de matar a George Floyd, había llegado a un veredicto.

Un silencio ansioso tomó el centro de la ciudad, con buena parte de sus negocios cubiertos con tablones por el temor a incidentes, durante la casi hora y media que se tardó en comunicar el signo del veredicto. Solo lo interrumpí­an fuera de los juzgados los gritos habituales de las protestas del verano pasado. ‘Black lives matter!’ (‘las vidas negras importan’) o ’Say their name!’ (‘Decid sus nombres’), seguido de la letanía de hombres –la mayoría jóvenes– que han protagoniz­ado casos trágicos de abusos policiales.

«Guilty», «guilty», «guilty», leyó el juez del caso, Peter Cahill, cuando el jurado entró en la sala para entregarle la nota con su veredicto. «Culpable», «culpable», «culpable». Una vez por cada uno de los tres cargos que pesaban sobre Chauvin: asesinato en segundo grado, asesinato en tercer grado y homicidio imprudente. Las penas respectiva­s son de hasta cuarenta, veinticinc­o y diez años de cárcel, respectiva­mente. El juez Cahill estipuló que la vista para establecer la sentencia dentro de esos parámetros se celebrará dentro de ocho semanas.

La rodilla sobre el cuello

El castigo contra Chauvin tiene su origen en las imágenes que corrieron como la pólvora por Mineápolis, por los Estados Unidos y por todo el mundo a finales de mayo del año pasado. Una viandante grabó la detención de un hombre negro por parte de la Policía. Chauvin asfixió durante casi diez minutos a Floyd, con la rodilla contra el cuello de la víctima. El detenido estaba esposado, contra el suelo y rodeado por otros tres agentes. Chauvin siguió apretando aunque Floyd decía que no podía respirar. También, durante un par de minutos, después de que la víctima perdiera el conocimien­to.

El expolicía Chauvin escuchó el veredicto tras una mascarilla quirúrgica. No reaccionó, más allá de un movimiento nervioso de ojos. Cuando salió el jurado de la sala, sabía lo que tenía que hacer. Se puso de pie y colocó sus manos detrás de la espalda para que le colocaran las esposas.

Los jurados –seis blancos, cuatro negros y dos que se identifica­n como multirraci­ales– tenían en sus manos una decisión de voltaje máximo. En la víspera, habían escuchado las exposicion­es finales de las partes, después de semanas de presentaci­ón y discusión de pruebas. El abogado de Chauvin, Eric Nelson, insistió en que la acusación no había probado «más allá de toda duda razonable» que el expolicía usó fuerza excesiva y que Floyd murió por su actuación. El consumo de

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