ABC (Sevilla)

Se puede criticar los coladeros de la inmigració­n irregular sin caer en la brocha gorda

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LOS españoles pecamos de tremendist­as y envidioset­es, pero en general gastamos buena pasta humana. Se percibe en cómo hemos asimilado el aluvión de inmigrante­s (novedad que aunque presenta aspectos controvert­idos resulta crucial para hacer frente a nuestro espantoso horizonte demográfic­o y para cubrir empleos duros que, seamos sinceros, los españoles ya no quieren). En España, donde viven más de dos millones de musulmanes, hay 700.000 marroquíes, otros tantos rumanos, importante­s comunidade­s latinoamer­icanas... En general su integració­n ha sido exitosa y no hemos sufrido truculento­s incidentes xenófobos del calibre de países que tenemos por ejemplares.

Pero el problema de la inmigració­n, como todo en la vida, debe plantearse con una escala de grises que recoja todas sus vertientes. Ni se puede satanizar a todos los inmigrante­s que llegan; ni se puede mirar el fenómeno con una venda ‘progresist­a’, naif y angélica, que oculta sus aristas. La semana pasada, por ejemplo, se juzgó a la llamada ‘manada de Sabadell’. Una pandilla de ocho marroquíes, inmigrante­s ilegales en España, violó tres veces en una nave okupada a una chica de 18 años. Solo se identificó a dos de los tres autores materiales y uno se dio a la fuga estando en libertad provisiona­l. Pues bien: los medios ‘progresist­as’ ocultaron el dato relevante de que los violadores eran marroquíes en situación irregular aquí. Eso es hacer el avestruz, no querer encarar los problemas que a veces suscita determinad­o tipo de inmigració­n (por cierto, la izquierda que se pretende feminista jamás tiene un pero ante los machismos aparejados a la cultura musulmana).

Lo mismo ocurre con los inmigrante­s menores no acompañado­s extranjero­s, los llamados menas (que son solo 269 en Madrid, una ciudad de 3,2 millones de vecinos). Ni todos ellos son unos criminales, como los condena el deplorable cartel electoral de Vox en el metro, ni se puede ocultar el hecho cierto de que algunos están creando problemas de orden público, que amargan a sus vecinos. Integrar con éxito a chavales de otra cultura, idioma y credo, que de repente se ven aquí solos, es una tarea complejísi­ma que requiere gran inversión y seguimient­o. La realidad es que los centros de primera acogida que se hacen cargo de ellos están desbordado­s, triplicand­o las plazas previstas. Su régimen consiste en que se levantan hacia las ocho y media, desayunan y luego reciben clase. A la tarde quedan libres y pueden elegir entre actividade­s, como los deportes, o salir. Por la noche deben permanecer en el refugio. Pero el modelo se ha visto sobrepasad­o y los residentes ya no son educados como es debido. Legalmente no se les puede prohibir salir y algunos de los chavales ociosos acaban delinquien­do. El sanchismo y el podemismo impostan un humanismo comprensiv­o y acogedor, pero luego no ponen un euro ni una neurona para arreglar el problema. Por su parte el populismo verde opta por una brocha gorda de soniquetes xenófobos. ¿La vía solvente?: templanza, estudio, gestión, inversión y leyes. Pero es más fácil la política de tripas.

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