ABC (Sevilla)

Estado de ruina

- ALBERTO GARCÍA REYES

Los nómadas del siglo XXI llevan un año parados. Los feriantes son apátridas, de todas partes y de ninguna, gente de las caravanas, como aquellos cíngaros que estereotip­ó el viajero romántico George Borrow cuando conoció al gitano británico Ambrose Smith, que le enseñó a vivir de feria en feria. Jorgito el Inglés, que fue el nombre que le pusieron los calés a este aventurero del siglo XIX, quedó deslumbrad­o por el espíritu libre de los vendedores ambulantes de la diversión, bohemios, quiromante­s, posaderos, pisauvas, tratantes de ganado, mercaderes de vicios, buñoleras, corredores que nunca firmaban sin vino… Él escribió la biblia de la Feria, el catón de esa forma de vivir sin reloj durante unos días al año que es la esencia de España.

Borrow retrató a todos los feriantes como goliardos y trotamundo­s, pero siempre muy afanados en su negocio de quita y pon. En definitiva, como hijos de la fatiga. Aquellas ferias eran desordenad­as, noctívagas, ensayos de clandestin­idad. Pero evoluciona­ron durante el siglo XX a escenarios para la ostentació­n. Pasaron de ser tinglados de poca monta para la compravent­a del ganado y las escorrentí­as de mosto de pellejo a convertirs­e en exquisitos teatros para el paseo de caballos. Sin embargo, la pandemia ha devuelto a los feriantes a aquel tiempo de improvisac­ión y carestía.

La principal Feria del país, la de Sevilla, tendría que estar celebrándo­se estos días. Sobre la explanada que la capital andaluza reserva para montar su ciudad fugaz, que tiene un cie

El golpe de la crisis

lo de farolillos y más de mil casetas a las que los sevillanos se mudan durante una semana, hay hoy cientos de coches aparcados. El Ayuntamien­to ha puesto las tradiciona­les luces del real en el Centro, junto a la Giralda, para aliviar la nostalgia de quienes han tenido que dejar sus trajes de flamenca y sus chaquetas claras en los altillos. Pero no es la tradición la que más está sufriendo por esta suspensión. Es cierto que nunca antes había estado la Feria de Abril dos años dormida en el baúl. Desde que la Reina Isabel II otorgó el permiso en 1847 para recuperar la feria de ganado que había fundado Alfonso X en Sevilla en el siglo XIII, nunca se había parado la noria dos años seguidos. Ni la Guerra Civil ni la epidemia de la gripe española causaron tanto daño a una fiesta que mueve actualment­e sólo en Sevilla 900 millones de euros.

Los dueños de las atraccione­s han podido amortiguar su ruina porque se les ha permitido montar un parque de atraccione­s similar al de todos los años cumpliendo unas rigurosas normas sanitarias. Pero los bodegueros, los caseteros, las costureras, los músicos, los proveedore­s alimentari­os, los turroneros, los del algodón dulce, los camareros, los cocineros, los transporti­stas, los cocheros de caballos y los mercachifl­es de toda laya han viajado dos siglos atrás en apenas un año. Son como los ‘zincali’ de los que hablaba Borrow. Gente que ve pasar los días sin ningún afán. tacionales. No estaban dados de alta cuando llegó el Covid, por lo que no pueden acogerse a las ayudas públicas. En los trece meses que llevamos de pandemia han pasado de vivir cómodament­e a hacerlo bajo el umbral de la pobreza. Sobre todo porque estos trabajador­es forman parte de clanes de varias generacion­es que no tienen otra alternativ­a laboral. Hay un caso extremo en la provincia de Sevilla. El Palmar de Troya, un pueblo de apenas 2.500 habitantes conocido sobre todo por la secta palmariana, vive casi en exclusiva de las ferias. Ahora, además, está confinado porque la tasa de contagios se ha disparado en sus calles. «Nos ha mirado un tuerto», suspira Carmen Ruiz, una de las más afectadas por este drama.

Peonadas y ferias

El Palmar es un lugar a medio camino entre tres historias: la Sevilla que dio la vuelta al mundo, la trimilenar­ia Cádiz y el Tajo de Ronda. Un inmenso tapete verde la rodea en esta época y los días claros se divisan los toros de Utrera, cuna del ganado bravo, en la libertad de la llanura. Sólo la cúpula de la catedral palmariana, erguida sobre el lugar de las supuestas aparicione­s de la Virgen que dieron lugar al delirio de Clemente Domínguez, rompe la planicie. Fuera de allí, el nombre del pueblo sólo se conoce por los desvaríos de los carmelitas de la Santa Faz, pero los nativos sólo han visto a esa gente por la tele.

La verdadera realidad del municipio nada tiene que ver con los palmariano­s. Allí sólo se habla de las peonadas y de las ferias. Todos son temporeros, bien de la aceituna, bien del cachondeo. En la Venta Domínguez, al pie de la travesía, hay un par de camionetas y tres coches. Los parroquian­os no parecen tener prisa. No tienen nada que hacer. «No nos salen ni chapuces», se resigna Manuel Gómez, que lleva toda la vida trabajando como camarero en las casetas de más de veinte ferias de España junto con su mujer y sus hijos. No ha podido acceder a las ayudas públicas porque en el momento en el que se decretó el estado de alarma no se había dado aún de alta como autónomo. No tiene papeles. Ahora sólo tiene problemas. «Llevo toda la vida en esto y nunca habíamos estado tan mal». Al fondo del bar, un señor que tira la piedra y esconde la mano exclama justo al enfilar la puerta: «Luego se extrañan de que la gente se meta a plantar marihuana». Ha habido varias redadas en los últimos meses. No hace falta ser muy avispado para detectar que muchos han optado por esa salida. Huele. El alcalde, Juan Carlos Gon

Ni la Guerra Civil ni la gripe del 18 causaron tanto daño a una feria que mueve 900 millones al año

Clanes de generacion­es

Un camarero de feria, por ejemplo, ingresa en la temporada ferial, desde abril a septiembre, unos 25.000 euros. Teniendo en cuenta que son oficios que se hacen de forma familiar, en una casa pueden entrar mínimo 50.000 euros al año si trabaja sólo el matrimonio. Si también lo hacen los hijos, la cifra puede duplicarse. Pero todos son empleados autónomos es

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J.M.SERRANO Manifestac­ión de feriantes en Sevilla para protestar por el daño económico que las restriccio­nes sanitarias han provocado a su sector
 ?? J.M. SERRANO ?? La Feria no se celebra por segundo año, pero los sevillanos decoran sus terrazas con espíritu festivo
J.M. SERRANO La Feria no se celebra por segundo año, pero los sevillanos decoran sus terrazas con espíritu festivo
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