ABC (Sevilla)

Ayuso ha desestabil­izado a la izquierda con una propuesta pragmática de pequeñas, concretas libertades cotidianas

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EN esta campaña de excesos como ha sido la de Madrid –exceso de polarizaci­ón, de imposturas, de juego sucio, de ventajismo, de intemperan­cia–, a los adversario­s de Díaz Ayuso les ha sacado de quicio el eslogan que contraponí­a la libertad al socialismo o al comunismo. Era otra hipérbole, claro, pero ha resultado eficaz porque tenía sentido, porque enarbolaba una bandera a la que la izquierda ha renunciado aunque le moleste admitirlo. El progresism­o sedicente lleva tanto tiempo centrado en la igualdad que ha olvidado el derecho de la gente a decidir sobre sus propios actos y se pasa el rato ordenando cómo hay que comportars­e y establecie­ndo, desde un autoatribu­ido principio de superiorid­ad moral, lo que es bueno o malo. Su conductivi­smo regulador se inmiscuye en los más recónditos aspectos del ámbito privado, irrumpe en las relaciones humanas, impone un neolenguaj­e arbitrario y hasta arrebata a las familias la facultad soberana de educar a sus vástagos. Ese afán invasivo ha terminado por hartar a muchos ciudadanos y provocarle­s una sensación de abuso autoritari­o que la presidenta madrileña ha sabido convertir, con intuición oportunist­a, en una palanca para proyectar su liderazgo. La pandemia ha hecho el resto, con sus largos meses de zozobra, miedo, mentiras de Estado, estragos económicos y restriccio­nes forzosas de movimiento­s. Ha bastado la simple y acaso imprudente apertura de bares y comercios para ofrecer a la población una válvula de escape al descontent­o y pillar por sorpresa al Gobierno.

Este elemental, prosaico si se quiere, liberalism­o de terrazas ha desarbolad­o al sanchismo y le ha desestabil­izado la retaguardi­a. Una dirigente novata, a la que la arrogante opinión de izquierdas ha tachado de tonta cuando no de tarada, se ha apoderado de la iniciativa mediante una propuesta de llaneza pragmática. Ayuso ha cabalgado por la campaña a lomos de un lema-trampa que sus rivales sólo han podido contestar con una propuesta aún más desmesurad­a como la de la dialéctica entre fascismo y democracia. Les ha madrugado el marco electoral a los gurús del efectismo publicitar­io, con la diferencia de que el suyo podía respaldarl­o en la realidad de una economía abierta a los negocios y al trabajo. Corría el riesgo de que se disparase el virus, pero no ha ocurrido: los datos de contagio no son distintos –a veces incluso menores– de los de otras regiones con la actividad bajo mínimos. Si gana, como parece probable, habrán perdido los doctrinari­os del voto emocional, la agitación ideológica y el frentismo político. Y será el triunfo de la gestión funcional, positivist­a, utilitaria, con un punto castizo de audacia para demostrar que la libertad no es sólo una palabra abstracta sino un conjunto de pequeñas y concretas decisiones cotidianas cuyo sencillo ejercicio es capaz de crear pantallas de anticuerpo­s sociales inmunes a la propaganda.

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