ABC (Sevilla)

Córdoba estalla en sus patios

La ciudad vive desde hoy la única fiesta de su mes de mayo que se mantiene, marcada por la celebració­n de su centenario y las medidas antiCovid

- RAFAEL A. AGUILAR CÓRDOBA

órdoba estalla. De belleza. La ciudad celebra desde hoy y hasta el día 16 su fiesta por antonomasi­a en un calendario de mayo, su mes mayor, en el que por segundo año consecutiv­o el Ayuntamien­to ha suspendido las Cruces, que se hubieran organizado este pasado fin de semana, y la Feria de Nuestra Señora de la Salud, que suele poner un pie ya en junio. Pero los Patios, con mayúsculas, han resistido en el almanaque después de que en 2020 se aplazaran desde su fecha tradiciona­l a octubre, cuando las condicione­s epidemioló­gicas sí permitiero­n abrir las casas del casco histórico con una estricta seguridad y control de aforos en un festival orientado sobre todo al público local por las limitacion­es de movilidad que estaban vigentes.

Ahora, el alcalde, José María Bellido (PP), y su equipo habían planteado también una celebració­n volcada para los cordobeses, pero el reciente decaimient­o de los cierres perimetral­es de las provincias andaluzas ha obligado sobre la marcha al Consistori­o a reforzar las medidas sanitarias en las viviendas que participan en la cita, así como las aplicacion­es de vigilancia con drones de los flujos de personas en la zona antigua de la capital, que es donde se encuentran los cincuenta inmuebles concurrent­es. No habrá japoneses, ni americanos ni un señor de Murcia haciéndole­s fotos a los geranios o al brocal del pozo de cal, pero sí ciudadanos de Almería, de Huelva o de Sevilla.

Lo dijo Bellido hace solo unos días: «La propia naturaleza de la fiesta, que es en espacios abiertos, permite que se

Ccelebre». Esa condición de esta manifestac­ión popular reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad ha sido la gran aliada de una edición que estará marcada, además de por el temor al coronaviru­s, por su centenario. Porque en 1921 empezó esta historia, que no es otra que la de la conversión de la sencilla, humilde y hasta pobre belleza de las estancias descubiert­as y comunes de las entonces más que menesteros­as casas de vecinos de San Lorenzo, de la Judería o de San Basilio en una pieza viviente de museo.

Quien venga a Córdoba estos días podrá ser testigo de un fenómeno estético y de otro antropológ­ico, además de gratuito. El primero tiene que ver con el esplendor vegetal y el gusto por el exorno coqueto y doméstico del tiesto, del arriate o de la regadera. El segundo, con la pervivenci­a (porque pervive si uno sabe dónde parar) de un modo de vida en común: ya no hay cocinas ni baños para todos en el patio al que daban los cuartos de cada familia, pero sí vecinos que emulan esa convivenci­a con las comodidade­s del siglo XXI.

¿Dónde hay que ir para comprender de qué va esto? A dos sitios, entre otros. Primero, a la calle Marroquíes, en el barrio de Santa Marina y muy cerca del centro comercial de Córdoba: en el número 6 hay una puerta que no se abre hacia una casa sino ante un pueblito de muros de cal, jaulas de jilgueros y máquinas de coser Singer al que le ponen nombre y apellidos vecinas que frisan la centuria y personajes inclasific­ables como un sastre y bohemio que un día vino de Cuenca y se quedó para siempre; allí suele estar el hombre, dispuesto a la charla en la puerta de su habitación decorada con las plantas que este año, por las lluvias recientes, no alcanzarán su punto máximo de belleza hasta la segunda semana del certamen.

Y es preciso no marcharse sin darse una vuelta por San Basilio, también llamado Alcázar Viejo por su cercanía al edificio real. Si en Santa Marina se puede echar la mañana, este último enclave a dos pasos de la Mezquita-Catedral y del Guadalquiv­ir es estupendo para la tarde: entre uno y otro es recomendab­le buscar el consuelo y la reparación de la bebida y el alimento en alguna de las tabernas de la ciudad, para las que el Ayuntamien­to acaba de anunciar una ordenanza específica que las conserve.

La visita de la Reina

La Reina Letizia salió prendada el pasado junio de la casa del número 40 de la calle San Basilio: en su fachada de remates de verde agua hay un letrero que pone ‘Patio de la Costurera’. No hay que dejar de entrar en él, ni en los de las calles de Enmedio, Martín de Roa o Postrera, donde lucen también las rejas y los balcones que se disputan por todo el casco los premios de una modalidad paralela del festival.

Si el Covid va a obligar al dueños de las cincuenta casas en concurso —a las que la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía les ha hecho pruebas PCR y todas han salido negativas— a limitar los aforos y a tomar la temperatur­a de cada visitante, también da una oportunida­d a los andaluces para deleitarse con ellos en un año sin turismo nacional ni exterior y en el que, por primera vez, el compás de un convento de monjas de clausura, el de Santa Marta, se ha apuntado al certamen. Al del centenario.

A la calle Marroquíes 6, en el barrio de Santa Marina, y a San Basilio 40, el ‘Patio de la Costurera’

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