La Junta deja sin asignar 57 millones de ayudas forestales

El sector pide que no se desvíe ni un céntimo de euro de estas partidas y que se reinvierta en el cuidado del monte

a tierra, tan de los suyos, no deja de soñar con la calipedia; ni de hacer el intento de la perfección en cada criatura verde que mima: quiere disfrutar de los hijos más hermosos. Bajo tierra lo sueña junto a las papas y las remolachas, las zanahorias, las cebollas, los ajos; sobre la tierra, ahora, lo sueña en la raspa que enrubia y le da a la imagen de las tierras de pan llevar una acelerada senescencia cereal, como de primavera que se supiera corta o como de verano que se sintiera adelantado.

En los almendros, los frutos son ojales con los bordes rematados, pero aún sin la hendidura que le dará aires de ojo cuando el botón pase para cerrar las prendas. El naranjo, que sigue desahijándose, donde ayer puso una alfombra de azahar hoy deja niños suyos y muertos al poco de nacer; las naranjitas, verdes, son incapaces de soñar que mañana, más de medio año por delante, serán soles encendidos de azúcar adornando el árbol. Las naranjas, tan pequeñas y ya tan valientes. Berenjenas, pimientos y tomates son todavía flor, esa metamorfosis del fruto que lo hace tan asombroso. En los elegantísimos brazos como serpentinas que posaran, quietas, para la belleza de la escritura gótica de los zarcillos, las cepas y las parras tienen ya la pelusilla de la seguridad del fruto. Y así, todo en el campo. La espiga termina su perfecta obra de alineación del grano y los ciruelos parecen jugar a una aérea petanca con los frutos crecientes. El aire de mayo pasa, caliente de costados vespertinos, y con un aire de fauno sin estanque parece buscar las carnes más hermosas del campo. Todo está preparado para la gran fiesta de las cosechas, pero hay miedo, miedo a una helada a destiempo, a lluvias con viento que zamarrean y rompen, al envenenado maná de una granizada… La tierra es una madre, y como madre, siempre teme por sus hijos. Siempre, siempre.

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