Vemos el conflicto entre dos pasiones humanas
para investigar los hechos, no tenía conocimiento de que el objetivo final de la CIA era cazar a Bin Laden.
Estados Unidos le otorga tratamiento de héroe, pero para los paquistaníes es un traidor. El expresidente Donald Trump prometió durante la campaña de 2016 que si ganaba sería liberado «en dos minutos», pero no pudo cumplir su palabra. La Operación Gerónimo para cazar al terrorista puso patas arriba la relación entre Islamabad y Washington y tras conocer la condena de 33 años a Afridi, que luego fue rebajada a 23, Estados Unidos anunció un recorte en la ayuda a Pakistán de un millón de dólares por cada año que pasara encarcelado. El preso ya ha costado diez millones y algunos medios como la cadena BBC indican que pronto podría quedar en libertad, fruto de un intercambio de prisioneros en el que los estadounidenses entregarían a Aafia Siddiqi, la neurocientífica paquistaní conocida como ‘Lady Al Qaida’, a cambio del doctor Afridi, la persona que, sin saberlo, cerró el círculo en torno a Bin Laden después de casi una década de investigaciones.
Todos llevamos la mascarilla, pero no todos con el mismo entusiasmo, ni de la misma manera. Con la mascarilla hay su cortesía y su pequeña política.
A veces, dos personas van a cruzarse por la calle, y una la lleva a la ‘remanguillé’, por debajo de la nariz. Entonces sucede algo muy rápido: el que la lleva bien mira al que la lleva mal, hay un contacto visual que es inevitable, aunque no se quiera censurar al otro, se le mira, y entonces el observado (el infractor) puede hacer dos cosas: subírsela, o no hacerlo.
Lo primero sucede incluso sin mirada censora, y se convierte en un acto de cortesía. Ese respetuoso subirse la mascarilla ante el otro es como el gesto antiguo de saludar alzando el sombrero, algo que llena de callada caballerosidad las aceras.
Otras veces no ocurre y nos toca cruzarnos con gente con la nariz al aire y esto, aunque no haya riesgo de contagio, ¿no nos irrita? ¿no nos sulfura aunque no queramos?
Con la mascarilla vemos el conflicto de dos pulsiones humanas. Por un lado, la libertad. El convencimiento de no interferir en los actos ajenos y también una humillación íntima por la perruna obediencia con la mascarilla.
Pero a la vez, surge otra pasión, más instintiva, pero de la que nos sentimos menos orgullosos: el incumplimiento ajeno no nos es indiferente, al contrario, nos irrita. Cuando aparece el ‘runner’ por nuestra acera respirando con libertad alpina hay un punto de saturación humana en nosotros, y eso que sentimos, ese pequeño fuego de indignación, es la pasión igualitaria. Es la igualdad. Es una sensación parecida a la que nos brota cuando alguien se salta la cola del supermercado. Esto siempre genera la reacción de alguien en la cola (siempre el mismo tipo de persona) pero es un resorte general: «Oiga, no tenga cara». Con la mascarilla no es el miedo al contagio lo que nos molesta, sino la ira hacia el jeta. El que no se somete a lo que sí se someten los demás. Hay, a la vez, un reconocimiento libertario y un igualitarismo. Con esta pulsión un poco vergonzante hay que vivir. No la despreciemos por ir de liberales.