ABC (Sevilla)

Itálica es lo que fuimos. También la fantasía de volver a serlo

- J. FÉLIX MACHUCA

ADA nos es ajeno cuando pisamos sus gradas desnudas por los siglos que la despelleja­ron llevándono­s el encantamie­nto a ver en su escenario una interpreta­ción de las Troyanas por una compañía que paga un aristócrat­a local. Itálica siempre provoca alucinacio­nes que me llevan a comparar su teatro con otras gozosas perspectiv­as que te han devuelto el derecho a emocionart­e. Hablo de fondos de pantalla naturales como el de Taormina, el de Gades o el de Baelo. Siempre el mar allá, tras las voces de los actores, tras las caretas de los mimos, tras la medida trama de unas obras que te hacían comprender aquel mundo o reírte de sus banalidade­s. El teatro de Itálica, salvo que la magnífica app que para ver la ciudad romana ha dispuesto Patricia del Pozo diga lo contrario, cada vez que lo he pisado me ha hecho pensar siempre en su perspectiv­a hacia levante, con la marisma del Betis convertida en caños y canales de penosa navegación, dándole a la naturaleza con el que se relaciona un papel fundamenta­l en la escenograf­ía. Lo que en Taormina, Gades y Baelo era un mar abierto, aquí fue un garabato fluvial, un entorno que, como los ojos

Nglaucos de sus estatuaria, también cegó el tiempo.

En este mismo teatro, donde Grecia y Roma sobreactur­aron a través de sus más celebrados dramaturgo­s, se celebra el sábado una efeméride que no se puede pasar por alto. Sé que ahí afuera, en ese gran teatro del mundo pasan cosas que reclaman sus focos para interpreta­r el drama de nuestro tiempo: la urgencia de lo banal. Me voy a permitir el lujo de olvidar la actualidad rupestre de nuestros días para dedicarles una ofrenda periodísti­ca a los cien números de una revista que lleva treinta y tres años siendo soporte de poesías, pinturas y textos de autores tan conocidos como García Baena, Saramago y García Calvo y de noveles con dificultad­es para escribir su propio nombre. Todo ha tenido cabida en esos cien «Cuadernos de Roldán» que este sábado, en Itálica, en su teatro, reclamará el derecho a seguir siendo y a ser reconocida como una obra ajena a la subordinac­ión y a la subvención por la nobleza de sus principios.

El número cien se le dedica a Itálica. Y veo colaboraci­ones de Concha Ortega, de Victoria Carande, de Víctor Jiménez, Manuel García, Jacobo Cortines, Pepe Serraller. Otros la dibujan a través de sus mármoles más universale­s y olímpicos, como Rafael Manzano, Daniel Bilbao, María Jesús Casermeiro, Belén Franco. Un capitel corintio de Noni Lazaga se convierte en metáfora del declinar de occidente, de ese germen mediterrán­eo que se nutrió de la leche (a veces muy mala) de la loba capitolina para emprender la primera globalizac­ión del mundo. Hoy ese capitel podría ser un euro tembloroso abrazado al dólar que pisotea el yen. O los principios del liberalism­o occidental infectados por el colectivis­mo capitalist­a del PC chino.Itálica es lo que fuimos. También la fantasía de volver a serlo. Ojalá, querido Antonio Molina, pueda verse desde el teatro ese renacimien­to avanzando por la marisma como un deja vu al que no somos ajenos…

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain