Ha dejado a las comunidades solas, desnudas y vulnerables
HAY naciones que soportan la carga insoportable de una maldición de eterno retorno. Los dioses multiplican lo peor de nuestras estirpes terrenales para que, de vez en vez, cuando los tiempos son más turbios y cegadores, resucitarlos y caer como la lepra sobre nuestros sufridos destinos. España está entre las naciones que sufren esa maldición . Y así hemos sobrevivido, a veces también sucumbido, a reyes felones, a príncipes rijosos de la paz, a ruidos de sables, a supremacistas con chapelas y Rh negativo, a almogávares con cuentas opacas en Andorra y barretinas moralistas en su lodazal, a ferrolanos levantiscos y a escuadrones de la muerte ajustando cuentas en las cunetas y en las tapias de los camposantos. Como la malaria, esa maldición, rebrota a su tiempo en nuestra querida España, esa España tuya y esa España nuestra, para que volvamos a parecernos a lo peor de nosotros mismos.
En la actualidad, los dioses, tan brutales con nuestro linaje, nos han enviado a otra de esas malsanas naturalezas para recordarnos que somos mortales y que el signo de Caín es un estigma sobre la frente del sagitario de nuestro horóscopo universal. Se llama Sánchez, es tan guapo como refractario a la verdad y no tiene mejor calidad democrática que aquellos tricornios que balacearon el Congreso y aspiraron a desplumar la Constitución a cambio de un pollo cuartelero. Sánchez pertenece por derecho propio a esa genealogía tóxica, laxa, hechizada, incapaz, abúlica, pendenciera y al borde del precipicio más infernal que, sin antídoto posible, envenena nuestra tensa convivencia. Hoy finaliza el estado de alarma, llevándose con su conclusión todos los recortes a los derechos individuales de los españoles, cercenados en su día para luchar contra la pandemia. Hace un año que su mente dispersa y escolar ocupada en balinazos políticos, debió pensar en dejar el día después con las suficientes herramientas jurídicas para combatir una nueva ola. No hizo nada. Solo medrar en su soporífera inconsistencia política.
Mañana, las comunidades hispanas, no tendrán a mano mucho de donde tirar si el bicho se revoluciona y se desboca, mandando a miles de españoles a ese sitio del que no se regresa jamás. Pudo introducir un apartado sobre pandemias en la ley orgánica de la Sanidad Pública 3/86. O reformar las leyes del estado de excepción incorporando uno de calidad sanitaria. Nadie sabe responder por qué no lo ha hecho. Y ha dejado a las autonomías desnudas, desprotegidas y vulnerables, solas ante el mayor peligro de estos tiempos. La respuesta puede estar en que lo peor de cada estirpe tiende a propagar el mal para luego esconderse en castillos de mentiras y palacios repletos de berberechos y aduladores. Si lo hubiera hecho tendría que haber pasado por el Parlamento y activar un debate nacional que le da pánico liderar. Si nace una nueva ola ya saben de quién es el copyright. Esa maldición de eterno retorno que asola esta hermosa tierra…