ABC (Sevilla)

La clínica Feito está ahora con duelo de pérdida dolorosa, mi dentista, don Juan Feito, se nos ha ido

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INCISIVOS, caninos, premolares, molares… Las treinta y dos almenas que la boca fue levantando poco a poco, a veces con dolor, en la muralla de las encías. Como una doble partida de ajedrez bucal para darle jaque mate a los alimentos. La boca, ese espacio tan íntimo, como un sexo recatado, reservado secreto que apenas permite ir, a los ajenos, más allá de la risa y la pitanza, y en la intimidad amatoria, tesoro sondable de la confianza lingual, esa confianza que ilustra la húmeda pasión invertebra­da de los labios, en el beso.

Incisivos, caninos, premolares, molares… Conocía mi boca mejor que mi aliento. En sus manos la dejé cuando la avanzadill­a de la caries llenaba de gritos las noches y los flemones lanzaban flechas de punzadas y de fiebre sobre la fortaleza, mientras enloquecía­n los nervios intramuros. Llegué a él tras haber pasado el calvario de agujas de caballo, anestesias canallas, brutas maneras de sacamuelas que te sacaban la pieza, estuviera como estuviera, y te despachaba­n diciéndote cuándo era su trabajo y una frase: «En el bar de abajo pides un vaso de vino, te enjuagas y te vas.» Con él fue todo distinto. Las agujas entraban sin dolor y su trabajo siempre tuvo el mimo y la destreza de un gran profesiona­l de la odontologí­a. Fue al primer médico que llamé «mío». Antes, refiriéndo­me a otros, había dicho un dentista, el dentista; pero fue llegar a él y fue desde entonces mi dentista. Un asturiano que llegó a la tribu de médico de familia recién nacidos los setenta. Hicimos amistad entonces, y más tarde fuimos amigos de verdadero cariño y cercanía. Él me quitó el miedo a la consulta del dentista y fue reconstruy­endo la fortaleza dental de mis encías, maltratada por el agua de pozo, chapuzas de sacamuelas y la genética. Llegó la hora, se jubiló y se dedicó más al golf, su pasión, y dejó sus manos en las de algunos de sus hijos. Victoria e Isabel, aquellas niñas que ya son madres, se encargan de la conservaci­ón de las almenas de mi boca. Dura tarea. Victoria es ahora la única que trabaja mi boca. En esa clínica, donde tengo mucho cariño repartido entre las cinco o seis mujeres que trabajan allí, a veces hubo que llamarlo a él para que opinara sobre mi boca. Opinaba el médico, el odontólogo y el amigo. La clínica Feito está ahora con duelo de pérdida dolorosa, mi dentista, don Juan Feito, se nos ha ido. Hay duelo en incisivos, caninos, molares y premolares – propios o implantado­s- de mi boca. Una dentera de dolor recorre mi boca. Se me ha ido el médico, el amigo y el dentista, mi dentista. Descansa en paz, querido Juan. Memoria del golf, ha sido como caer vencido en el último hoyo.

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