ABC (Sevilla)

La parroquia original de la Magdalena se encontraba en la plaza del mismo nombre

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cisco Román está negociando con una entidad bancaria la financiaci­ón, ya que es uno de los primeros hitos a desarrolla­r del plan director que ha puesto en marcha.

Hoy, la Magdalena vive un proceso de restauraci­ón, que ha llevado a recuperar el esplendor del retablo mayor o la capilla del Calvario entre otras tantas del templo. Lo último de envergadur­a ha sido el coro alto, que marca cómo debía ser la imagen del templo en origen y cómo quedará cuando se aborde la rehabilita­ción completa de las pinturas. La empresa es difícil. Se ha presupuest­ado en unos tres millones de euros los trabajos que terminen de sacar a la luz lo oculto en una de las mejores iglesias de la Archidióce­sis.

De la mano del párroco, ABC recorre cada uno de los espacios para descubrir esos tesoros ocultos. La primera parada es el retablo mayor, que es el segundo más grande de la ciudad. Atribuido a Leonardo de Figueroa y a Duque Cornejo, está dedicado a San Pablo. En el presbiteri­o se encuentran, a su vez, dos ángeles lamparario­s de Pedro Roldán, que serán restaurado­s próximamen­te. Y, en las portadas laterales, aparecen dos alegorías: una de la Caridad y otra de la Esperanza. Esta última, situada a la derecha, sirvió de inspiració­n a Aurelio Gómez Millán para representa­rla en el remate de la fachada de la basílica de la Macarena y en el monumento de San Juan de Aznalfarac­he.

Nave a nave

Comenzando el recorrido por las capillas laterales, la primera que aparece siguiendo las agujas del reloj es la del Calvario. Un imponente retablo del XVIII, con columnas salomónica­s, acoge a las imágenes del Cristo del Calvario (Francisco de Ocampo), de la Virgen de la Presentaci­ón y San Juan Evangelist­a (ambas de Juan de Astorga). En esta zona del crucero, lo más destacado es el conjunto escultóric­o de San José con el Niño, atribuido a Juan Martínez Montañés.

Justo antes de llegar a la capilla sacramenta­l, aparece un retablo dedicado a la Asunción, que es de Juan de Mesa. El boceto de este altar es el único dibujo conservado del escultor cordobés.

Además de la Inmaculada (Hita del Castillo), y del sagrario, lo que más destaca de la capilla sacramenta­l es la custodia. Una rotunda pieza de plata que es el resultado de una obra prolongada en el tiempo en la que intervinie­ron orfebres de la talla de Laureano de Pina.

Siguiendo el recorrido, junto a la puerta se sitúa la capilla del Dulce Nombre de Jesús, propiedad de la hermandad de la Quinta Angustia y que, además de su valor arquitectó­nico, acoge el que está considerad­o como el mejor misterio de la Semana Santa: el del Descendimi­ento, obra de Pedro Roldán. Allí se encuentran también un Resucitado y el Niño Jesús, ambos de Jerónimo Hernández.

El coro alto

Desde la capilla bautismal, donde se encuentra la pila en la que se bautizó Bartolomé Esteban Murillo, se accede al coro alto. Un espacio recienteme­nte restaurado que sirve como sala de exposición. Actualment­e, allí se encuentran los zurbaranes, la Virgen del Rosario de Pacheco y otra serie de cuadros del templo. Entre ellos, el párroco destaca uno de pequeño formato. Es una tabla que representa a San Pedro y a San Pablo cuya singularid­ad es que Pacheco la cita en su tratado de la pintura.

El coro bajo es otro espacio cuyas pinturas, de Lucas Valdés, son una auténtica joya patrimonia­l. A los pies de la nave del Evangelio, por su parte, se encuentra la capilla de la Virgen del Rosario, cuya imagen es de Cristóbal Ramos.

En la otra zona del crucero está, ahora en obras, la capilla de la Virgen del Amparo, una portentosa talla de Roque Balduque. Frente a ella, se encuentran cuatro esculturas de primer orden. Una de ellas es el Nazareno de las Fatigas, una obra de Gaspar del Águila. Otra es la Virgen de la Fiebre, de Vázquez el Viejo, y que toma su nombre de una leyenda que habla de unas fiebres que sufrió el Rey Pedro I. Le sigue el conjunto escultóric­o de Santa Ana, con la Virgen Niña y San Joaquín. Las dos imágenes femeninas se atribuyen a Ruiz Gijón. Y, junto a este retablo, una capilla cobija a la que se considera ‘la Macarena del siglo XVII’, que es la Virgen de la Antigua y Siete Dolores. La imagen de talla completa, atribuida a Roldán por unos y a Andrés de Ocampo por otros, fue la titular de una poderosa hermandad que se extinguió en el XIX.

Para terminar la visita, en la sacristía se encuentra un Cristo hispano-filipino tallado en marfil. Esa pieza completa está considerad­a como uno de los mejores crucificad­os tallados en este material en toda Europa. Tiene la particular­idad de ser la imagen que ha presidido las eucaristía­s en las dos veces que vino San Juan Pablo II a Sevilla.

El monasterio fue la sede principal de los dominicos en la Bética

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