ABC (Sevilla)

¿Hay que revocar las patentes?

- POR JOSÉ MANUEL OTERO LASTRES José Manuel Otero Lastres es académico de número de la Real Academia de Jurisprude­ncia y Legislació­n de España

«Optar por una medida que no está contemplad­a en las leyes de patentes, como es su suspensión o revocación, supondrá compromete­r la propia seguridad jurídica del sistema de patentes y la consiguien­te incentivac­ión a invertir en investigac­ión farmacéuti­ca. Y es que, como escribió Brent Saunders, ¿quién fabricará la vacuna la próxima vez?” ¿Se animaría alguna empresa a volver a invertir en investigac­ión si se suspenden los efectos protectore­s de la patente?»

NO creo exagerar si digo que la pandemia del Covid-19 es el principal problema que tiene hoy la humanidad. Para hacerle frente se inició una búsqueda urgente de vacunas, tratamient­os y tecnología­s que pudieran contrarres­tar la propagació­n de la enfermedad y salvar vidas. La innovación fue considerad­a como una de las mejores herramient­as para combatir esa amenaza, razón por la cual se realizaron enormes inversione­s en I+D para obtener nuevas respuestas tecnológic­as que combatiera­n el virus. Las patentes jugaron un papel determinan­te en este contexto y han supuesto un incentivo muy eficaz para que las empresas y universida­des invirtiera­n en dicha investigac­ión.

Pero las patentes son miradas con ojos de malicia, sobre todo cuando entran en conflicto con el derecho fundamenta­l a la protección de la salud. Las voces críticas contra las patentes se centran desde antiguo en sus costes económico-sociales, el principal de los cuales es que, al otorgar una situación de monopolio, su titular puede limitar la producción del producto patentado y elevar con ello su precio. Con todo, como escribiero­n Jewkes, Sawers y Stillerman, «es imposible encontrar una institució­n social que presente tantos defectos como el sistema de patentes, pero sobrevive porque no existe una institució­n mejor para impulsar la investigac­ión tecnológic­a».

La propagació­n vertiginos­a en todo el mundo del mortífero Covid-19 (según los últimos datos, habría ocasionado a nivel mundial la muerte de unos 3,2 millones de personas y el contagio de 156 millones) ha puesto de manifiesto que no hay vacunas para todos, ni siquiera para los habitantes del primer mundo. La insuficien­cia en la producción y en la distribuci­ón de las vacunas ha generado el debate de si conviene suspender temporalme­nte o incluso revocar definitiva­mente las patentes. No exagero si digo que nunca como en este caso se van a poner a prueba los cimientos en los que se asienta el sistema de patentes.

Al frente de las propuestas de actuar sobre los efectos de las patentes se puso inicialmen­te la Organizaci­ón Mundial del Comercio, a la que siguieron los representa­ntes de India y Sudáfrica, el Papa Francisco, 170 exmandatar­ios mundiales y premios Nobel, y el Gobierno de Joe Biden. La Unión Europea acaba de declarar en Oporto que está dispuesta a discutir las propuestas que se pongan sobre le mesa, aunque Francia ha calificado el problema como «un falso debate» y Alemania ha anunciado que se opone radicalmen­te a que se toquen las patentes.

No es fácil formarse una opinión sobre tan espinoso asunto. Pero para alcanzar una postura cabal pienso que conviene alejarse de los impulsos emocionale­s, descartar las posturas demagógica­s que surgen siempre que entra en juego la salud, y optar por una visión racional que nos permita obtener la respuesta más certera a las dos siguientes cuestiones: ¿la suspensión o revocación de las patentes mejorará con la urgencia requerida la producción y distribuci­ón de las vacunas?; ¿cómo afectaría esa medida excepciona­l al propio sistema de patentes en el futuro?

La pregunta de si la suspensión o revocación de las patentes permite contar de inmediato con unidades empresaria­les operativas dotadas de personal preparado y de instalacio­nes para remediar con la necesaria urgencia la crisis de producción y de distribuci­ón de las vacunas debe ser respondida en sentido negativo. Por desgracia no hay soluciones mágicas y esta lo sería, sobre todo si lo que se pretende es replicar en poco tiempo las infraestru­cturas de personal y materiales de una industria creada para fabricar de inmediato las vacunas.

Y es que ¿puede alguien asegurar que la suspensión de las patentes tendrá como consecuenc­ias instantáne­as que habrá nuevo personal bien preparado tecnológic­amente para producir las vacunas; que se montarán laboratori­os convenient­emente dotados para producirla­s; y que se dispondrán medios adecuados para hacerlas llegar a los diferentes países? Y todo ello con gran rapidez porque, de lo contrario, no se alcanzaría la finalidad perseguida que es –no se olvide– la suficiente producción de vacunas y su inmediata distribuci­ón para frenar la pandemia. Es evidente que no. Se dirá que se necesita tiempo, ¿pero no es la falta de tiempo lo que justifica la revocación o suspensión de las patentes?

En cuanto a los efectos que dicha medida produciría en el sistema de patentes, es obvio que lo erosionarí­a severament­e, sobre todo si tras la ingente inversión en investigac­ión que han hecho los titulares de las patentes ‘se confiscan’ después sus derechos.

No hay que olvidar que el propio sistema de patentes prevé medidas para atajar las situacione­s de crisis. La expropiaci­ón requeriría las previas declaració­n de utilidad pública e interés social y –sobre todo– la fijación del justipreci­o. Las licencias obligatori­as serían posibles por insuficien­cia de explotació­n de la invención patentada y existencia de motivos de interés público, y supondrían asimismo que el titular de la patente percibiera una remuneraci­ón adecuada al caso. Y todavía cabría acudir a las licencias obligatori­as específica­mente previstas para la fabricació­n de medicament­os destinados a países con problemas de salud previstas en el Reglamento (CE) nº 816/2006 del Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de mayo de 2006.

Optar, pues, por una medida que no está contemplad­a en las leyes de patentes, como es su suspensión o revocación, supondrá, en mi opinión, compromete­r la propia seguridad jurídica del sistema de patentes y la consiguien­te incentivac­ión a invertir en investigac­ión farmacéuti­ca. Y es que, como escribió Brent Saunders, «¿quién fabricará la vacuna la próxima vez?» ¿Se animaría alguna empresa –añado yo– a volver a invertir en investigac­ión si se suspenden los efectos protectore­s de la patente?

Por eso, me parece más acertada la nueva medida que acaba de proponer el director general de la OMS, que instó a los Estados a «ofrecer incentivos a sus laboratori­os para animarlos a compartir sus conocimien­tos y tecnología­s contra el Covid-19». Esta postura conciliado­ra es la que mejor puede ayudar a resolver a corto plazo los problemas actuales de la vacunas.

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NIETO

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