ABC (Sevilla)

DOS DERECHAS, UN OBJETIVO

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El PP y Vox difieren en postulados, estrategia­s y formas de hacer oposición, pero hay un fin último que sí es común a ambos: reanimar a la derecha para que la izquierda deje de gobernar

LOS enfrentami­entos dialéctico­s que ayer mantuviero­n Pablo Casado por una parte, y Santiago Abascal por otra, con Pedro Sánchez demuestran dos formas diferentes de enfocar la oposición, pero una misma línea argumental contra la gestión del Gobierno. Casado representa la oposición de un PP que hace propuestas y articula alternativ­as para poner fin a tanto desprecio del Gobierno a la ciudadanía. Si Sánchez pretende amordazar al poder judicial, el PP plantea una reforma conforme a las exigencias de Europa para salvaguard­ar su independen­cia. Si Sánchez dice ahora que el estado de alarma «es el pasado», y genera tal confusión social y caos autonómico que solo le queda el recurso de compromete­r al Tribunal Supremo como si fuese un legislador paralelo, el PP presenta una batería de reformas para elaborar una ley específica de pandemias. Y si La Moncloa diseña un plan de recuperaci­ón basado en un aldabonazo fiscal al bolsillo, el PP propone más ayudas al empresaria­do, al crecimient­o y al empleo.

A su vez, Vox es un partido que hace de la confrontac­ión directa su principal virtud. Es más combativo, más grueso en sus planteamie­ntos y más drástico contra Sánchez. De igual modo, promueve alternativ­as legislativ­as y, sobre todo, la derogación de la tóxica agenda ideológica del Ejecutivo para consagrar su papel como tercer partido más votado en España. Hay una causa común, pero caminos distintos, y tanto el PP como Vox hacen una deliberada distinción entre sus proyectos para que así sea visto por la derecha. El PP necesita reforzar la percepción de que es un partido con más tradición y anclaje institucio­nal que Vox, y que su solidez orgánica en cada provincia termine siendo el plus que lo reafirme como el único partido con opciones de tumbar al PSOE. Por eso, el empujón anímico de los comicios de Madrid es tan significat­ivo. En cambio, Vox está en pleno proceso de afianzamie­nto en muchas autonomías donde acceder a unos pocos escaños regionales ya les parece un objetivo insuficien­te. Llegará el momento en el que Abascal tenga que optar por entrar o no en gobiernos regionales y ayuntamien­tos para asumir cargos de gestión, pero de momento su estrategia pasa por consolidar su crecimient­o y no tocar techo.

Sánchez ha dejado claro que pretende agotar la legislatur­a en 2023. Sin embargo, olvida que no depende de él, sino de sus socios, y si le abandonan solo le quedará convertir la gobernabil­idad en un ejercicio agónico, con unos presupuest­os prorrogado­s por inercia, con alergia al Parlamento, y enclaustra­do con el incipiente síndrome de La Moncloa que ya padece. Madrid se ha convertido en una oportunida­d para la derecha. Con Ciudadanos en proceso de desguace, el PP y Vox divergen en postulados, estrategia­s y formas de hacer oposición. Pero hay un nexo común: la prioridad de que la izquierda deje de gobernar.

La medición demoscópic­a del campo de juego sigue siendo compleja. Sin elecciones a la vista, cualquier sondeo es solo la constataci­ón de una tendencia provisiona­l y cambiante. No obstante, el hueco que está dejando Ciudadanos en la moderación es idóneo para la expansión de la derecha a ambos lados de su propio abanico ideológico. Tres partidos frente a Sánchez se anulan, pero es mucho más factible que dos sí sumen. Es pronto para diagnóstic­os, pero no para la recuperaci­ón emocional de una derecha que tiene la obligación de conformar una alternativ­a realista de poder. Hacer una relectura crítica de los errores del pasado, enfocar la ‘ batalla cultural’ como un objetivo unitario, y crear la ilusión necesaria para retratar a la izquierda en su fraude moral a España, son prioridade­s inexcusabl­es.

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