Estrellas ganándose el pan
Pixar demuestra fortaleza con este título de apariencia modesta, que rompe su línea trascendental. Incluso el trazo disimula el alarde técnico que suponía cada estreno. ‘Luca’ amaga con quedarse en ‘El sirenito’, pero ensancha la imaginación y salta feliz hasta convertirse en un homenaje a la amistad, los largos veranos de la infancia y el cine italiano, con guiños a Miyazaki. Es también una carta de amor a los bichos raros, que somos casi todos.
La propia concepción de la cinta implica unas vacaciones. El director es genovés y en un pueblo pesquero de la Riviera transcurre la historia, hace más de medio siglo. Se pueden criticar los flecos –por qué los padres saben andar en su primera excursión a tierra–, pero no el tejido: Luca es un monstruo marino que entabla amistad con otra joven criatura que le descubre un gran secreto. Quizá lo adivinen los expertos en no mojarse nunca. Se les une una niña que tampoco tiene fácil la integración, en un relato con oscuros recovecos y saltos en busca de pequeños sueños, como un helado o una Vespa. Son metáforas de la felicidad y la libertad máximas, además de un símbolo del cine de Italia o en Italia, de la princesa Hepburn al iconoclasta Moretti.
Así, mientras el trío de chavales se une y se separa con discutible criterio, la película va dejando su poso, preferible a los detalles, como el uso macarrónico del idioma, con claro predominio del inglés. De hecho, aunque parezca mentira hay pocos italianos entre las voces originales del reparto. Cuando se encienden las luces (del salón, esta vez) el espectador podrá recordar los mejores momentos o repasar la lista de reproches, igual que cuando regresa de sus días libres. De la elección dependerá su capacidad para disfrutar el cine y la vida. ¡Y solo dura hora y media!
Directores: Patrick Hughes.
Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson, Salma Hayek, Antonio Banderas, Morgan Freeman...
Con:
No se suele ser indulgente con este tipo de películas que no aportan gran cosa, no ya a la historia del séptimo arte, sino ni siquiera a la anterior de la que son secuela; pero, al menos, desde este lado del folio, se merecen una cierta predisposición y hasta un algo de gratitud. Ninguna exigencia ni desgaste intelectual para verlas, y otrosí para escribirlas. En realidad, no hace falta haber visto la primera entrega para apurar (y si se puede, disfrutar) hasta la última gota de lo que ofrece.
El mismo director y los mismos centros de atención, Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson y Salma Hayek, con el añadido de un Antonio Banderas que se adorna en cursi como villano griego y de Morgan Freeman como padre hijoputativo y exagente de servicio. La trama no busca, ni por supuesto, encuentra, ningún destello de originalidad, pero sus personajes y especialmente sus actores resultan brutos, divertidos, ordinarios e irreverentes para que la cosa funcione, al menos entre los que funcionan estas cosas. Hayek y Jackson tienen momentos extremos como pareja de recién casados, y Reynolds es un panoli en estado puro, y esa mezcla siempre algo indigesta de comedia cochina y acción aparatosa ayuda a que la película entre con la misma facilidad con la que sale y sin dejar rastro.