Pekín denuncia la intrusión de un buque de EE.UU. mientras cerca Taiwán
▶ El destructor USS Milius navegó ayer cerca del disputado archipiélago Spratly
tares por la visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi.
A pesar del ruido de sables a ambos lados del estrecho de Formosa, insiste en que «Beigan es bastante tranquilo y seguro». Curiosamente, su mayor inquietud es que los turistas chinos llevan ya casi cuatro años sin venir a la isla, primero por la tensión política con el Gobierno soberanista de la presidenta Tsai Ing-wen y luego debido a las restricciones que hubo durante la pandemia del Covid. Intentando asfixiar a la economía de Taiwán, el régimen del Partido Comunista abre y cierra el grifo de sus turistas según quién gobierne en Taipéi. Cuando lo hace el partido nacionalista KMT, cuyo expresidente Ma Yingjeou acaba de visitar China, una avalancha de viajeros del continente inunda Taiwán dejándose una millonada. Pero, cuando le toca al Partido Democrático Progresista (PDP) de la presidenta Tsai, los turistas dejan de llegar con su consiguiente impacto para la economía. Más aún que en la isla principal de Taiwán, el daño es enorme en estos archipiélagos próximos a la costa china, ya que prácticamente todo su comercio es con sus vecinos del continente.
Turismo de guerra
Paliando en parte su ausencia, a las Matsu siguen viniendo viajeros taiwaneses incluso durante las maniobras. «Llegué de Taoyuan con mi familia el fin de semana y no hemos tenido ningún problema», cuenta el señor Tsai, quien comparte apellido con la presidenta, sobre uno de los ciclomotores que se alquilan a los turistas para recorrer la isla, de solo diez kilómetros cuadrados.
Además de sus templos y de los ciervos sica de Formosa que se pueden ver en la isla contigua de Daqiu, entre sus reclamos destacan los búnkeres de sus playas, el Museo de la Guerra y la Paz y el Túnel de Beihai, construido en 1968 para defenderse de los obuses chinos como los que cayeron diez años antes en la llamada Segunda Crisis del Estrecho. Al igual que en las islas Kinmen, que visitamos por última vez en noviembre y tienen una playa a solo tres kilómetros de la ciudad china de Xiamen, el turismo de guerra es uno de los atractivos de Beigan.
Ajenos al ruido mediático de las maniobras chinas, que han incluido al portaaviones Shandong para sellar Taiwán desde el sureste, los vecinos de las Matsu siguen con su rutina diaria. Mientras los soldados cargan sus armas a plena vista en un cuartel del centro, junto al edificio del Gobierno y una pista de atletismo, los estudiantes hacen deporte y las maestras pasean a los niños pequeños. Al lado de otra guarnición junto a una playa, los campesinos trabajan en sus diminutos huertos. En la calle principal, las tenderas despiezan el pescado y lo secan a la puerta de los restaurantes mientras los militares hacen cola en dos Seven Eleven. Omnipresentes en Taiwán, hasta en un pueblo tan pequeño como Beigan hay un par de estas tiendas de conveniencia a pocos metros una de otra. Con sus tejados puntiagudos iluminados al anochecer, los turistas se fotografían ante el hermoso templo de Shuibu Shangshugong y dos reclutas de reemplazo regresan a su cuartel. Salvo por las maniobras que han rodeado Taiwán desde el sábado, termina un nuevo día sin novedad en el frente.
Mientras concluía sus maniobras de tres días cercando Taiwán, el régimen chino denunciaba ayer la «intrusión» de un buque de guerra de EE.UU. por acercarse a las islas Spratly, que Pekín se disputa con otros seis gobiernos de Asia.
Para reivindicar la libertad de navegación en aguas internacionales, el destructor USS Milius, de la Séptima Flota, pasó a 12 millas náuticas (22 kilómetros) del arrecife de Mischief, que China controla desde 1994, pero es reclamado por Filipinas, Vietnam y Taiwán. Lo que para la Armada estadounidense era una «operación normal», para Pekín supuso una «intrusión ilegal» en sus aguas territoriales, por lo que siguió y vigiló al barco.
«Pekín tiene la soberanía indisputable sobre las islas del mar del Sur de China y sus aguas cercanas. Las tropas sobre el terreno mantienen un alto nivel de preparación en todo momento para defender la soberanía y la seguridad nacional, así como la paz y la estabilidad en la zona», argumentó el portavoz del Mando del Sur del Ejército Popular de Liberación, Tian Junli, según recoge el periódico ‘South China Morning Post’.
Por su parte, la Séptima Flota respondió que su navío había «afirmado los derechos y libertades de navegación» en aguas internacionales y que otros «barcos pueden ejercer legalmente dichas libertades de alta mar en esa zona». Con esta acción, EE.UU. persigue «desafiar las reclamaciones marítimas excesivas en todo el mundo sin importar la identidad del demandante», ya que, a su juicio, «la comunidad internacional tiene un papel importante en preservar la libertad de los mares, que es crucial para la seguridad, estabilidad y prosperidad global».
Creciente hostilidad
El incidente es un nuevo capítulo de la creciente hostilidad entre Washington y Pekín, enzarzados en una nueva Guerra Fría del siglo XXI que ya se libra en Asia. Además de este rifirrafe en el mar del Sur de China, ambas potencias mantienen las espadas en alto sobre Taiwán, la isla independiente ‘de facto’ y democrática reclamada por el régimen de Xi Jinping.
En represalia por el paso de su presidenta, Tsai Ing-wen, por EE.UU., donde se reunió con el líder de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, China ha llevado a cabo tres días de maniobras que finalizaron ayer. Su objetivo, como anuncia la prensa oficial, era «sellar por completo» Taiwán con un bloqueo marítimo y aéreo y, además, ensayar «ataques de precisión» contra objetivos clave.
En estos juegos de guerra ha participado, en su primera misión, el portaaviones chino Shandong, que se situó a 200 millas náuticas (370 kilómetros) al sureste de la costa taiwanesa para tener a tiro la costa oriental de la isla.