ABC (Sevilla)

Pérez Aguilera y la búsqueda del color eterno

▶Afamado profesor de la Escuela de Bellas Artes, sus alumnos coinciden en que no se le ha dado su sitio en la historia del arte español

- MARTA CARRASCO SEVILLA

Recuerda entre cuadros José Manuel Pérez Tapias, uno de sus alumnos, que Miguel Pérez Aguilera siempre tenía en la boca la misma frase: «un día sin pintar, es un día perdido».

Miguel Pérez Aguilera (Linares, Jaén, 1915-Sevilla, 2004) es el protagonis­ta de la exposición ‘Observar la luz. Atrapar el color’, que presenta la galería Birimbao con 22 obras, desde el año 1976 hasta 2003, algunas de las cuales muy poco vistas y que sus hijas han conservado como un tesoro y ahora muestran hasta el 20 de mayo.

En las salas de la galería un público atípico, o quizás el que le gustaría a don Miguel, como todos le llaman, ése que cuando el día acababa se pasaba por las galerías.

«Mi padre —dice Cristina Aguilera—, pintaba todos los días, se ponía música clásica y había que llamarle para comer. Por la mañana pintaba y por la tarde limpiaba los pinceles. Luego se iba de galerías. Le gustaba conocer lo que estaba pasando, iba a visitar a los que habían sido sus alumnos al estudio, y así un día y otro».

El 5 de enero de 2004, el día de la Cabalgata de Reyes, Pérez Aguilera se levantó como todos los días, subió a su estudio y se puso a pintar. Bajó a su casa a comer y se echó una siesta antes de volver para limpiar los pinceles. Nunca los limpió. Un ictus le cerró los ojos al color, ése que siempre persiguió con ahínco y maestría. «Pintó hasta el día que murió, tenía tres o cuatro cuadros empezados», dice su hija.

La pintura del maestro sigue llamando a sus alumnos de varias generacion­es. En la galería se encuentran Paz Pérez Ramos, Javier Buzón, José Manuel Pérez Tapias, Enrique Acosta, Curro González, Ángel Alen, Norberto Gil, Paco Lara Barranco, o más jóvenes como el artista techno,Cachito Vallés,

Pérez Tapias recuerda cómo todos hacían piña con él en Bellas Artes, «por

Javier Buzón recuerda una viaje a Madrid con Pérez Aguilera para ver una exposición de Matisse en la Fundación Juan March. «Recuerdo que íbamos unos cuantos en un autobús, entre otros, estaban Carmen Laffón, Patricio Cabrera, Curro González, Pérez Tapias... A él le gustaba movernos, que abriéramos los ojos».

En aquel viaje hubo un momento especial cuando alumnos y profesor visitaron el estudio del pintor granadino José Guerrero, «para nosotros era algo emocionant­e y, claro, Aguilera nos llevó. Fuimos a su estudio y nos quedamos asombrados cuando Guerrero decía que Pérez Aguilera era el mejor colorista, el que mejor sabía tratar el color». Para Buzón, Pérez Aguilera tenía un ‘canon’ muy potente, «vivió la pintura en París, conocía muy bien a los pintores de los 60 y cuando volvió empezó a pintar de forma asombrosa».

El artista decía que «un día sin pintar era un día perdido», y pintó hasta la misma mañana de su fallecimie­nto

que era un gran profesor y muy exigente, tenía muy claros los conceptos y nos hacía abrir la mente al dibujo, te lo hacía percibir en su totalidad, y luego tú lo ibas construyen­do. Eso sí, si no le gustaba algo, te lo decía, no se callaba», rememora.

Recuerda haberse sorprendid­o cuando en 1983 hizo su primera individual y Pérez Aguilera se presentó en la exposición. «Fue el único profesor de la facultad que vino a verla». Y también dice que fue fundamenta­l para explicarle­s conceptos sobre arte contemporá­neo. «Te quedabas embobado escuchándo­le, porque había muchas cosas que tu no conocías y ningún profesor en aquella época hablaba de arte contemporá­neo».

Su pintura

Curro González reconoce que él no fue un buen alumno. «Don Miguel era muy estricto y yo llegaba siempre tarde, así que me echaba poca cuenta». Sin embargo, el pintor sevillano cree que se habla demasiado de su faceta como maestro, «pero ello oculta en muchas

Estricto profesor, hacía un seguimient­o de sus alumnos visitando estudios y asistiendo a sus exposicion­es

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