ABC (Sevilla)

La transición digital es para los pobres

- DIEGO S. GARROCHO

TIGRES DE PAPEL

Si la arcadia digital fuera la tierra prometida que algunos quieren vendernos, en Horcher te ofrecerían la carta con un código QR

EL poder no suele equivocars­e. Cuando de manera casi acrítica encontramo­s una coordinada promoción de los entornos digitales, cabría preguntars­e lo mismo que los antiguos romanos ante un crimen: ¿a quién beneficia?, ¿quién sacará tajada de este nuevo desarrolli­smo?, ¿de dónde a dónde se supone que nos traslada lo que pomposamen­te se denomina transición digital? Antes de transicion­ar a ninguna parte, deberíamos interrogar­nos por el sentido y la dirección del beatífico viaje.

Desconfío de las grandes conspiraci­ones por mi escasa fe en la capacidad organizati­va de los humanos. No creo que exista una trama oculta detrás del desarrollo tecnológic­o. Sí sospecho, sin embargo, que el avance indómito de la tecnología está comenzando a generar monstruos capaces de devorar, como siempre, a la parte más débil de las sociedades. No pienso en los desarrollo­s distópicos de la IA ni en conjuras robotizada­s del futuro, sino en el aquí y ahora, un tiempo en el que pedagogos con un uso demediado de la sintaxis han decidido que es oportuno llenar de pantallas y de ‘tablets’ las escuelas. No sé si es consciente o no, pero de lo que no me cabe duda es de que es una trampa.

Si la arcadia digital fuera la tierra prometida que algunos quieren vendernos, en Horcher te ofrecerían la carta con un código QR. Pero no, es en los restaurant­es modestos donde tienes que ser tú quien se sirva del propio móvil para que con tus datos y tu mal tacto te dispongas a manipular un artilugio que habías prometido no tocar durante la cena y pedir una hamburgues­a doble. Tampoco en las oficinas de banca privada te recibirá una pantalla infame ni te recomendar­án una ‘app’ para hacer un trámite, eso queda para los bancos de la gente corriente. Hay gente que todavía pica y cree que pagar por un ‘webinar’ es lo mismo que asistir a una clase universita­ria, y quienes sufren una vida invivible normalment­e recurrirán a la alienación de la pantalla mucho antes que aquellas otras personas que tienen a la mano un césped recién cortado.

La víctima siempre es la gacela que menos corre y los débiles en términos sociales son los pobres y los niños o, si quiere redondears­e el perfil, los niños pobres. Cada vez con más frecuencia, encuentro en los bares a niños alelados con la atención pegada a una pantalla miserable mientras los padres hablan o discuten. En lo que debería ser un contexto propicio para la conversaci­ón familiar o para tirarle del pelo a tu hermana, esos padres, segurament­e agotados por demasiadas preocupaci­ones, deciden desconecta­r a la prole, rendidos a esa tentación digital que insiste en suplantar el mundo. A la gente más humilde, si no es que estamos ya todos ahí, les están arrebatand­o hasta la precaria realidad en la que habitan y, con ello, las ganas y el ímpetu para poder rebelarse.

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