ABC (Sevilla)

«Hice testamento antes de la operación pero creía en los médicos»

▶ Aunque tiene malos momentos y la morfina calma sus dolores, sabe que llegará «a la meta»

- J.A. SEVILLA

lar apartó las grandes arterias y vasos que lo nutrían. «El tumor de Mariló creció en el espacio que la naturaleza reserva a las mujeres gestantes y dio síntomas específico­s de su existencia como pesadez o estreñimie­nto hasta que alcanzó el tamaño de un feto. «Cuando lo quitamos, pesaba 7 kilos y tenía el tamaño de la cabeza de un crío», dice el traumatólo­go asombrado.

El milagro de Mariló, ya libre de su tumor y sin secuelas neurológic­as, fue posible gracias al compromiso y competenci­a de los profesiona­les y a una sanidad pública que no repara en gastos cuando se trata de salvar una vida.

Mariló Álvarez hizo testamento antes de entrar en el quirófano. «Lo hice porque sabía que podía morir en el quirófano, pero a mi hijo le dije que me iba a operar sí o sí y que no me disuadiera. Prefería morir a seguir viviendo así». Otros pacientes de más edad que ella con tumores en esa zona renunciaro­n a la cirugía y optaron por cuidados paliativos cuando los médicos les advirtiero­n de los riesgos de la operación. Cuando se despertó en la UCI, sus primeras palabras se las dedicó a su madre, de 80 años, con la que convivía (y a la que cuidaba) antes de la operación: «¿Está bien mi madre?», preguntó.

Su madre estaba bien y bastante mejor que ella desde hacía meses. Antes de operarse, Mariló estaba sondada, no se podía sentar ni hacer una vida normal por el enorme tumor que tenía en su barriga. Tras preguntar por su madre, le dijo a María, una de las enfermeras que no se separó de su lado: «Gracias de corazón. Me habéis devuelto la vida». No estaba exagerando.

Como un robot

El riesgo de alguna secuela neurológic­a siempre existe en una intervenci­ón de esta complejida­d y los médicos no se lo ocultaron. Afortunada­mente el cerebro de Mariló funciona igual de bien que antes. La primera noche, sin embargo, que la subieron a planta hablaba casi como un robot y contestaba con monosílabo­s: «sí», «no» o «vale», cuenta su hermana Chari. «No recordaba mi nombre y me llamaba «oye» o «mi arma», cosa, por cierto, que nunca había dicho en su vida», recuerda Chari, que no se separa de su cama.

Como el cartero de la novela de James M. Cain, a esta sevillana el cáncer la ha visitado dos veces. Tuvo un tumor en el pecho cuando tenía 32 años; su hijo tenía entonces sólo 5 y no se enteró entonces de nada, pero ahora, con 20, Rubén se sabe la enfermedad de su madre mejor que ella. «En la operación le cambiaron el 90 por ciento de su sangre», cuenta al lado de la cama hospitalar­ia (la habitación es muy luminosa, una doble de uso individual) donde está tendida su madre.

Tumor traicioner­o

Mariló trabajaba en un hipermerca­do antes de que ese tumor raro y traicioner­o invadiera su colon y abrazara su recto y su vagina. Traicioner­o porque tardó mucho tiempo en dar síntomas específico­s de su existencia, lo que agravó su estado y la complejida­d de su extirpació­n. «Creía que era ciática y se me cayó el mundo encima. Yo no era creyente pero creo en los médicos y en la sanidad pública. Su hermana recuerda las palabras que le dijo el doctor López Puerta cuando acabó la operación: «Ha sido terrible pero ha salido bien».

Ya puede sentarse y mover las piernas después de un mes en el hospital, aunque ha tenido que volver al quirófano tres veces para cambiarle los tornillos de una de las prótesis que le han puesto, la última vez el pasado jueves. «Aún no estoy para correr —bromea— pero lo lograré». Sufre dolores que la morfina no siempre calma y a veces se pone a llorar de impotencia, cuando hay algún retroceso, pero tiene la paciencia necesaria de no venirse abajo y resistir. «Esto es muy lento pero lo importante es la meta. Sé que voy a llegar». Todas las mañanas se tiene que tomar ocho pastillas con el desayuno. Pronto —espera— dejará de tomarlas.

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Mariló Álvarez, acompañada por su hijo Rubén y su hermana Chari // J.A.

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