ABC (Sevilla)

El asesino que regó de muerte el río Guadalquiv­ir

Se libraron del garrote vil

- SILVIA TUBIO SEVILLA

ay sucesos capaces de sobrevivir a un siglo, formando parte de la historia local. El descuartiz­ador del Arenal se recuerda hoy en día en rutas turísticas que recorren el casco histórico de Sevilla a través de sus crímenes más sonados. El que protagoniz­ó Miguel Molina hace 120 años detiene a sus visitantes en la zona de San Lorenzo y en el barrio del Arenal. Entre las calles Pascual de Gayangos y General Castaños se perpetró un atroz asesinato que regó de sangre (literal) el río Guadalquiv­ir. Ocurrió en septiembre de 1903.

Un barrendero fue el primero que sacó dos bultos del agua de aspecto sospechoso. Lo que no pensaba aquel hombre al abrir las bolsas es que en el interior iba a encontrars­e varios trozos de un cuerpo humano. El río escupiría después más restos para horror del vecindario.

El 11 de septiembre (viernes) ABC titulaba en su edición nacional «Crimen horrendo en Sevilla». La informació­n iba acompañada de dos fotografía­s de enorme crudeza: en unas se veía a la comitiva judicial delante de unos restos humanos y al lado, una cabeza deformada. Se trataba de Cayetano Álvarez, vecino del número 34 de la calle Pascual de Gayangos. El cuerpo que había aparecido por trozos en el río ya había sido identifica­do gracias a un guardia municipal que al ver el rostro mutilado lo relacionó con un trabajador ferroviari­o. No estaba del todo seguro porque esa persona era bizca pero alguien se había preocupado de borrar ese rasgo identifica­tivo. El cadáver tenía los ojos destrozado­s.

Cuando la Policía acudió a la vivienda de ese empleado para saber si estaba vivo, los vecinos confirmaro­n que llevaban varios días sin verlo y que su familia se había marchado a toda prisa de la vivienda. Los agentes supieron, además, que en ese domicilio donde residía Cayetano con su esposa, su hija de 5 años y su cuñado, eran habituales las broncas.

Los agentes localizaro­n a la esposa de la víctima, Dolores, y a su hermano Miguel en una vivienda del número 17 de la calle General Castaños. Aunque inicialmen­te el cuñado del difunto no abrió la boca, finalmente acabó confesando. El fin de semana anterior a esa publicació­n (46 de septiembre) se había cometido el asesinato en la vivienda que compartían en Pascual de Gayangos.

HLos hermanos fueron condenados a pena de muerte. Cuando llevaban varios meses en prisión esperando a ser ajusticiad­os mediante garrote vil, recibieron la noticia: habían logrado que los tribunales conmutaran sus condenas a cadena perpetua.

Miguel Molina detalló que la noche del viernes aprovechó que estaba Cayetano durmiendo para darle un martillazo en la cabeza y matarlo. Después alquiló deprisa y corriendo otra habitación en la calle General Castaños, en el barrio del Arenal, donde trasladó el cadáver en un baúl y allí lo despiezó para poder deshacerse de él. Fue sacando poco a poco los restos en bolsas y sacos y los fue arrojando al río.

¿Qué movió al asesino a matar a su cuñado? Éste aseguró que había decidido acabar con la vida de Cayetano porque no trataba bien a su hermana Dolores. La prensa especuló mucho con un detalle que se filtró pronto: los hermanos dormían en una habitación mientras que el fallecido lo hacía en otra. El matrimonio hacía vidas separadas. Un periodista del Noticiero Sevillano se entrevistó en la cárcel con el detenido, al que llegó a describir como «un ser degenerado incapaz de albergar ideas nobles». Este reportero le preguntó abiertamen­te si mantenía una relación con su hermana; lo que el asesino tachó de «habladuría­s». Dolores también fue arrestada y condenada.

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La comitiva judicial junto a parte de los restos humanos que escupió el río; a la derecha, la cabeza de la víctima que sirvió para identifica­rlo.
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