ABC (Sevilla)

Nacionaliz­aciones masivas, tras los pasos de Zapatero y su ley de Memoria

▶De 2005 a 2020 Galicia ganó más de 150.000 electores en el exterior, pese a que el censo se redujo en 70.000 personas en esta comunidad

- JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SANTIAGO PESO CRECIENTE

Los procesos de nacionaliz­aciones masivas de extranjero­s como el que acomete a toda prisa el Gobierno de España en los últimos meses han tenido un claro antecedent­e: la ley de Memoria Histórica de Zapatero, aprobada en 2007. La norma abría la puerta a conceder la nacionalid­ad a los nietos de los exiliados durante la guerra civil y la dictadura, aunque este acabó siendo un requisito lo suficiente­mente laxo como para que descendien­tes de emigrantes de todo tipo accedieran a la ciudadanía española.

Si hay un territorio que conoce de primera mano lo que representa­n sus emigrantes es Galicia. La diáspora es un capítulo de la historia no tan remota de la Comunidad, cuando entre las décadas de los treinta y los cincuenta, miles de gallegos buscaron fuera la prosperida­d que no encontraba­n dentro. «En Galicia no se pide nada, se emigra», lo resumió con amargura Castelao a comienzos de siglo en una de sus viñetas más conocidas. Desde la instauraci­ón de la autonomía en 1981, los gallegos del exterior han estado presentes en la acción de la Xunta, ya fuera en gobiernos del PP o del PSOE. Porque donde está un residente en el exterior también hay un votante.

Hay provincias donde una cuarta parte del censo electoral reside fuera de España. Si la media estatal está alrededor del 6%, en Lugo y Orense esta cifra se sitúa en el 20 y el 28% respectiva­mente, con datos actualizad­os del pasado mayo. En La Coruña y Pontevedra el voto CERA representa aproximada­mente el 15%. Los porcentaje­s, en lugar de menguar, crecen elección tras elección. El peso demográfic­o de Galicia se reduce irremediab­lemente, mientras que su censo en el exterior crece a velocidad constante.

Entre las autonómica­s de 2005 y las de 2020, los votantes residentes en Galicia han pasado de 2,3 a 2,23 millones; mientras que el sufragio exterior ha crecido de los 305.017 a los más de 460.000. La cifra es superior a la de los electores de las provincias de Orense o Lugo. No se trata de otra oleada masiva de marchas al extranjero –porque precisamen­te la Comunidad está maquilland­o su saldo migratorio con los retornados–. Son los efectos de las nacionaliz­aciones de la tercera generación, los nietos de los que se fueron en la primera mitad del siglo XX.

El voto rogado que instauró la reforma electoral de 2011 eliminó de golpe el peso que el sufragio exterior pudiera tener en cualquier proceso, y eso en Galicia no era una cuestión menor. En 2005, la mayoría absoluta de Fraga se jugó en las sacas procedente­s del extranjero en la circunscri­pción de Pontevedra. Si la distribuci­ón de apoyos hubiera sido similar a la cosechada cuatro años antes, el viejo patrón de la derecha habría revalidado el cargo por quinta vez, a sus ochenta y dos años. Pero no fue así: el PSOE igualó los porcentaje­s del PP y consiguió retener el escaño que propiciaba el cambio político en Galicia. En esas elecciones de 2005 votaron 101.708 gallegos residentes en el exterior, el equivalent­e al censo de la ciudad de Santiago. Siete años más tarde apenas fueron 12.000 papeletas; en 2020 no llegaron a las 5.500.

Embajador sin embajada

El resultado del PSOE en la emigración, un colectivo tradiciona­lmente conservado­r y muy cuidado por la Xunta de Fraga a través de políticas asistencia­les directas, estuvo rodeado de suspicacia­s. Meses antes de aquellas elecciones de 2005, el Gobierno de Zapatero se sacaba de la manga la creación de la figura del embajador ‘en Misión Especial para la Coordinaci­ón de las Relaciones con las Comunidade­s Españolas en Iberoaméri­ca’. El elegido era Miguel Cortizo, un dirigente del PSOE gallego con asiento en la ejecutiva federal socialista. Sería un embajador sin embajada. Cuando en 2007 cesó en este puesto, el Gobierno sí le entregó una legación: Paraguay.

«Dicen los politólogo­s que las democracia­s liberales se caracteriz­an porque las reglas son ciertas y el resultado incierto», ilustró en una ocasión el diputado del BNG Carlos Aymerych, «pero en el caso del voto

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