La democracia de ‘Las Meninas’
LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
En el cuadro pintado por Diego Velázquez, el mundo da un vuelco
Sala doce del Museo del Prado, una y media de la tarde. La infanta Margarita me mira fijamente. La atienden doña María Agustina Sarmiento y doña Isabel de Velasco, meninas de la reina, mientras Diego Velázquez se retrata a sí mismo retratando a los reyes. De pie, ante el cuadro del sevillano, vienen a mi mente las palabras de Laura Cumming en aquel ensayo sobre el librero que perdió la cabeza a causa de su obsesión con la obra de Velázquez. «Todo el que se coloca ante ‘Las Meninas’, retenido por los ojos de esos niños y sirvientes desaparecidos, se halla exactamente donde estuvieron situadas otras personas en el pasado». Velázquez nos pone en compañía de aquellos que lo ven ahora y lo han visto antes.
En la sala doce del Museo del Prado, de pie ante el cuadro de Velázquez, formamos parte de un momento que se ha mantenido intacto a lo largo de los siglos. Frente a ‘Las Meninas’, el mundo da un vuelco: los ciudadanos ocupan el lugar de los Reyes, y los Reyes parecen remotos y minúsculos, como figurantes en una multitud. Al observar ese lienzo, quedamos reunidos, apretujados todos, en la Historia: Velázquez, las infantas, los sirvientes, el aposentador y los cientos de miles que hemos pasado frente al inmenso bastidor que lo despliega ante el mundo como una ventana. Tiene razón Laura Cumming: «Las Meninas nos reúne en su democracia sin límites».
Se han tejido toda clase de hipótesis, incluso la de ser un retrato del aburrimiento de la corte de Felipe IV y que en el lienzo se revela como parte de un enigma irresuelto. Se necesitan horas para detallarla. Es necesario fijar la mirada en un único personaje, estrujarlo para que diga cosas nuevas. A todos juntos es imposible controlarlos. Se rebelan y se vuelven borrosos. De pie, rodeada por un enjambre de visitantes y turistas, descubro que la democracia de ‘Las Meninas’ se ha roto. Aunque quisiera, no puedo ocupar el sitio de los espectadores que me antecedieron. Me desplaza un oleaje, un murmullo, un codazo, un tropiezo. Huyo de la sala doce y me planto en la galería central. El mundo da un vuelco, sin duda.