ABC (Sevilla)

Las muñecas de la Alameda

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

SE torea con las palmas de las manos, el gesto leve pero flexible de las muñecas hacen en su juego que las telas sean una prolongaci­ón de las mismas manos. Todo obedece al impulso de un instinto interior, sin duda similar aunque distinto, a ese arrebato que sintieron aquellos pintores que esbozaron toros rupestres en las cuevas de Altamira. El buen creador vuelve a aquellas cuevas que habitan en su interior y se busca celosament­e para encontrars­e. El cuerpo es la sombra del alma (que no al revés), por ello el torero sabe torear con todo, desde la punta de las zapatillas hasta los pelos de la nuca. Todo parece en consonanci­a, con esa bella armonía del sin esfuerzo, cuya utopía radica en crear ese pseudo milagro ante la embestida de un toro, de cuya condición sine qua non dependerá la obra.

Cosas del destino, en el mismo día en el que me encuentro en la presentaci­ón de un monumento erigido a mi querido Curro Romero en La Algaba, me entero que acaba de guardar sus espadas en el fundón para los restos Rafael Chicuelo. A Rafael lo traté poco, compartí una cena y breves palabras en encuentros esporádico­s, donde surgían anécdotas del padre, en esa mundología sin par del que posee esa querencia por la gracia natural y un oficio bien aprendido de cuya sangre se desprende eso tan difícil a lo que llamamos chanelar… de las cosas más sencillas. No hacía falta más. Yo sabía quién era y sobre todo, de dónde venía. El torero de las muñecas, diría, de eso que les he comentado en este escrito. El hijo de uno de los toreros que mejor han expresado eso de poseer ángel, ese ángel tan volátil en cuya bizarría se refleja ese saber darle a los vuelos musicalida­d. Torear con los vuelos, cosa tan imposible incluso para la mayoría de las figuras. Hay que decirlo, ¿por qué no? Las mejores muñecas de la historia del toreo la han poseído Rafael el Gallo, Manuel Jiménez ‘Chicuelo’, Curro Romero y Rafael de Paula. Así… se dice y no pasa nada.

Se ha ido Rafael Chicuelo, ese torero menudo que a base de muñecas y gracia natural sabía de eso de chanelar con los vuelos. Llegó hasta donde llegó, pero dejó indeleble la impronta ingrávida de unas telas que parecían movidas por los duendes del aire, por ese juego caprichoso de las muñecas.

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