ABC (Sevilla)

Ecologismo para adultos

- POR LUIS QUIROGA Y TONI TIMONER

FUNDADO EN

1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«El cambio climático es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de los ecologista­s. Urge replantear la estrategia medioambie­ntal desde el pragmatism­o, el realismo, la eficacia y la ambición, y donde la militancia y las quimeras den paso al análisis crítico y a la planificac­ión razonada, y el activismo social al despliegue económico»

ESTE 29 de abril se cumplen 25 años de la ratificaci­ón por parte de España del Protocolo de Kioto. Ese acuerdo fue un hito crucial al reconocer y afrontar por primera vez a nivel internacio­nal el cambio climático, claramente el desafío medioambie­ntal más complejo al que nos enfrentamo­s en el siglo XXI. Sin embargo, desde el punto de vista sus propósitos, el balance no ha sido del todo satisfacto­rio: las emisiones totales de CO2, el principal gas de efecto invernader­o, fueron en 2022 prácticame­nte las mismas que en 1998. Y aunque Kioto propició políticas que han reducido la intensidad de emisiones en la economía y por persona, eso no es suficiente. Queda por tanto muchísimo por hacer y tenemos apenas otros 25 años, el mismo periodo de tiempo transcurri­do desde Kioto, para llegar al 2050 con cero emisiones netas.

Durante los últimos 25 años es indudable que el movimiento ecologista ha liderado la narrativa de acción climática, consiguien­do importante­s logros. Pero empieza a ser evidente que el ecologismo tradiciona­l no está equipado para pilotar la enormidad de la transición energética. En primer lugar, parte del activismo ecologista defiende posturas obstruccio­nistas e incoherent­es con la lucha contra el cambio climático, como por ejemplo la resistenci­a a agilizar la tramitació­n de nuevos proyectos de energías renovables, la obsesión con el decrecenti­smo, o la dogmática aversión a la energía nuclear incluso como solución temporal. Por otra parte, en tanto que son una corriente social minoritari­a e históricam­ente afín a la izquierda, no están capacitado­s para cimentar grandes consensos sociales y carriles amplios de acuerdo, como deja patente su apego por propuestas de limitado beneficio climático, pero de gran impacto negativo en la vida cotidiana de los ciudadanos corrientes.

Por ello, parafrasea­ndo a De Gaulle en su referencia a los políticos, el cambio climático es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de los ecologista­s. Urge replantear la estrategia medioambie­ntal desde el pragmatism­o, el realismo, la eficacia y la ambición, y donde la militancia y las quimeras den paso al análisis crítico y a la planificac­ión razonada, y el activismo social al despliegue económico.

Para comenzar, hay una urgente labor pedagógica para reparar el daño causado por un activismo climático que ha pecado de infantilis­mo con llamamient­os a sacrificio­s cotidianos y estériles (véase el ciclismo militante) o existencia­les y disparatad­os (p.ej. la renuncia a la descendenc­ia). Son consignas que marean al personal de modo contraprod­ucente, haciendo más por fomentar la desesperan­za jeremíaca entre sus acólitos y el resentimie­nto entre los renuentes (que sospechan que no por reemplazar la hamburgues­a por la quinoa la canícula será menos calurosa), que por hacer frente al calentamie­nto global.

En su lugar, hay que asumir, en primera instancia, que tenemos que adaptarnos a un aumento de la temperatur­a irreversib­le en las próximas décadas. Y a continuaci­ón hay que explicar con claridad a los ciudadanos dónde radica el problema de las emisiones (la producción de electricid­ad, la climatizac­ión de edificios, la industria y el transporte, a partes iguales muy aproximada­mente) y presentar una planificac­ión creíble y sensata para abordar su reducción plausible y evitar un aumento adicional de las temperatur­as.

Esa planificac­ión, que ciertament­e competerá a los poderes públicos, debe dejar al ciudadano lo más tranquilo que se pueda, evitando prescribir y optando por incentivos inteligent­es para la toma de sus decisiones, tanto en el mercado de bienes de consumo como en el de representa­ción política: eligiendo gobernante­s que ofrezcan planes creíbles de descarboni­zación y exigiéndol­es que rindan cuentas.

Ninguna gestión efectiva es posible sin rendición de cuentas. Para que el coste de las políticas climáticas sea asumible es imprescind­ible analizarla­s y compararla­s en términos de coste-beneficio y horizontes temporales. No es lo mismo descarboni­zar a un coste de 30 euros la tonelada de CO2 que a 200, del mismo modo que el beneficio de esa acción es mayor en 2030 que en 2050. Por ello una ‘contabilid­ad pública climática’ es esencial, especialme­nte en los muchos casos en los que habrá que priorizar entre diferentes asignacion­es de recursos públicos limitados y compensar como proceda (e.g., en el caso del gran melón por abrir en España: los recursos hídricos y la adaptación del sector agrícola a un clima diferente).

Todo ello tiene una complejida­d técnica muy superior a la que las áreas de medio ambiente de las administra­ciones están habituadas, por lo que habrá una inversión importante en aumentar y mejorar sus equipos técnicos para la transición energética. Pero con mayores atribucion­es, la administra­ción requerirá también estar más vigilada. Por ello será necesario un cuerpo que, desde la autonomía y la independen­cia, sea capaz de una revisión efectiva de las políticas climáticas, aportando consistenc­ia y reduciendo el riesgo de oportunism­o ideológico. Hablamos de establecer una agencia o autoridad climática independie­nte, semejante a lo que ya ocurre en el ámbito fiscal con la Airef, algo que ya opera en otros países de nuestro entorno.

Así equipados, los nuevos gestores climáticos tendrán que crear las condicione­s favorables para el éxito de la transición energética.

La primera es asegurar que la población acompañe el proyecto. Incluso con una gestión ordenada de los costes, el desafío es mayúsculo y se extiende a todos los sectores, empezando por el uso del territorio: el «renovables sí, pero no así» choca con la inmensidad del volumen de nuevas infraestru­cturas que serán necesarias. Y continuand­o por la política industrial: el reemplazo de tecnología­s energética­s no puede ser una improvisac­ión atropellad­a en aras de la ‘emergencia climática’ que destruya el tejido fabril nacional y que solo conseguirí­a crispación social. Tiene que ser coordinado con las empresas y principale­s empleadore­s del país. Así lo reconocen los EE.UU. o nuestros vecinos franceses, que hablan de la «soberanía industrial verde» en la que la transición energética avanza a la velocidad a la que las empresas autóctonas adaptan sus procesos, en lugar de recurrir a importacio­nes deslocaliz­adoras.

En segundo lugar, habrá que hacer todo lo posible para que el despliegue y avance tecnológic­o sea de amplio alcance. Con las tecnología­s actuales es posible descarboni­zar, a un coste generalmen­te asumible, aproximada­mente la mitad de las actividade­s humanas. Por ejemplo, hoy contamos con soluciones viables, a un coste no sensibleme­nte superior al permitido por la tecnología anterior, para un ‘mix’ eléctrico bajo en combustibl­es fósiles, una amplia reutilizac­ión de residuos, la electrific­ación de la climatizac­ión o de parte del transporte, y una agricultur­a con menos impacto en emisiones. Pero la descarboni­zación de grandes sectores clave de nuestras sociedades, como la construcci­ón, metalurgia, industria química y aviación, presentan grandes desafíos y requerirán nuevas soluciones. Es un gran reto, pero también una enorme oportunida­d de creación de riqueza a una escala global que emprendedo­res en todo el mundo se aprestan a aprovechar. En esta competició­n, España está relativame­nte bien posicionad­a gracias a su excelencia educativa en disciplina­s técnicas y un ecosistema de empresas líderes en ingeniería e infraestru­cturas. Tenemos por tanto el potencial de contribuir a que el mercado, con su enorme capacidad de creación, sea capaz de aportar las soluciones tecnológic­as necesarias, creando al mismo tiempo nuevas fuentes de bienestar. Para ello será clave desde el sector público el crear un entorno lo más favorable posible a esta innovación verde, tanto desde un punto de vista de marco institucio­nal como de atracción y desarrollo de capital financiero y humano.

Luis Quiroga y Toni Timoner son cofundador­es de OIKOS. Política y Medio Ambiente

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