ABC (Sevilla)

Los tanques a la calle

- MANUEL CONTRERAS

La prohibició­n de consumir cerveza en la puerta de los bares nos acerca sin duda a Europa. El problema es que nos aleja de nosotros mismos

EN cualquier ciudad europea, la prohibició­n de sacar vasos de cerveza a la calle que está imponiendo el Ayuntamien­to en Sevilla sería aplaudida y, desde luego, no despertarí­a polémica alguna. De hecho, la propia normativa en sí sería percibida como superflua, como esas instruccio­nes en las que te indican que no se puede meter los dedos en la batidora. En Berlín, en Bruselas, en Berna o en Bergen —por citar cuatro ciudades con B de bebedor— el consumo cotidiano de cerveza fuera del local es un concepto implanteab­le por razones meteorológ­icas y de educación cívica, y por lo tanto no necesita ser regulado. Habrá que convenir, por tanto, que la medida del Ayuntamien­to de Sevilla se ajusta a los parámetros del urbanismo más adelantado y nos acerca a Europa. El problema es que nos aleja de nosotros mismos.

Porque lo que está regulando el Ayuntamien­to con esta disposició­n no es un modelo de consumo, sino una concepción de vida. Y la vida en Sevilla no es la misma que en Amberes, Aquisgrán, Augsburgo o Aarhus —por citar cuatro ciudades con A de aburrido—. En esta ciudad la calle no es solo una vía para transitar, sino un espacio para vivir. La liturgia de la cerveza en la acera, rodeado de una multitud e interactua­ndo con diferentes grupos de personas al mismo tiempo, define a una sociedad abierta que necesita el bullicio para sentirse viva. Es nuestra forma de relacionar­nos: que levante el dedo quien no hizo un amigo, se enamoró o se vio envuelto en una pelea a las puertas del Tremendo, el Jota, el Vizcaíno, el Eme o tantos otros locales de barra pequeña y aceras atestadas. Bares cuya propia concepción se basa en ese modelo de negocio, porque en su interior apenas admiten una decena de personas. Si al dueño del Tremendo le hubieran dicho en su día que no se podrían sacar las cervezas a la calle, a buen seguro que en lugar de una tasca hubiese montado otra historia.

Una bulla tomando tanques en la puerta de un antro no es una imagen defendible en términos de sostenibil­idad ciudadana. Ningún estudio de arquitectu­ra vanguardis­ta incluiría baretos estrechos y sucios al diseñar una urbe moderna. Pero se trata de nuestra tradición, de nuestras costumbres, de nuestra historia. La cuestión de fondo es si queremos mantener nuestras señas de identidad o terminar de convertirn­os en una apacible y tediosa ciudad europea. Ya hemos sacrificad­o demasiados negocios tradiciona­les en la pira de las franquicia­s como para inmolar también nuestras tascas. Porque someter la cerveza al corsé del consumo en una mesa implica indeclinab­lemente el cierre de estos tugurios. Los tanques a la calle, como se reivindica­ba ayer en redes sociales. Apuesto por una Sevilla con bares pringosos antes que parecernos a Reikiavik, Rennes, Rotterdam o Reading —por citar cuatro ciudades con R de repetidas—.

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