El regreso de los narraluces
¿Qué ocurrió en la Sevilla de los setenta y ochenta para que la brújula literaria se orientara al olvidado Sur?
BAJO la Torre de Don Fadrique tenemos estos días una confabulación con el pasado reciente. Allí están convocados los recuerdos de los narraluces, aquel grupo de escritores andaluces que consiguió orientar la brújula literaria hacia el Sur, tantas veces olvidado. Son unas jornadas organizadas por la Casa de los Poetas para reflexionar -más de cincuenta años después y con una mirada de modernidad- acerca de si aquello realmente existió o sólo fue un milagroso azar acompañado quizás de una estrategia editorial cocinada más allá de Despeñaperros.
Si fue casualidad, fue una casualidad afortunada. El hecho de que en la década de los setenta y ochenta coincidieran en Sevilla escritores como Alfonso Grosso, Manuel Ferrand, Manuel Barrios, José María Vaz de Soto, Antonio Burgos, José María Requena, José Luis Ortiz de Lanzagorta o Julio Manuel de la Rosa simbolizó un momento estelar de nuestra intrahistoria literaria. Sin olvidar desde Cádiz a Luis Berenguer, Ramón Solís y Fernando Quiñones. Y también incorporando a Caballero Bonald o
Aquilino Duque, que pertenecían a la ‘geoliteratura’ de este grupo estelar, aunque siempre renegaron del movimiento por considerarlo una creación artificial.
Parece que fue Carlos Muñiz quien acuñó el término ‘narraluces’. Y lo cierto es que no hay nada como crear un buen título y unas circunstancias oportunas para que las cosas fluyan porque de pronto los premios importantes empezaron a recaer en escritores andaluces. Todos comenzaron a mirar al Sur con curiosidad: ¿Qué estaba pasando en Andalucía? ¿Quiénes eran estos autores?
Aquella «nueva narrativa andaluza» nació en un buen momento. De alguna forma, se buscó una versión meridional del exitoso boom latinoamericano con el que coincidía en la expresividad sensorial, cierto barroquismo narrativo o la localización de las novelas en el territorio propio para buscar universalidad desde lo local. Los narraluces también destacaron por la crítica a la realidad social andaluza, una tierra especialmente maltratada. Todo esto y la indudable calidad literaria de las obras trajo el éxito, aunque no hay que olvidar a otro andaluz que sentó las bases estratégicas de este presunto movimiento: José Manuel Lara, propietario de la editorial Planeta, que vio un filón comercial en sus paisanos. El hecho de que la industria editorial estuviera -y siga estando- fuera de Andalucía ha hecho siempre que nuestra literatura tenga el marchamo de inédita, desconocida y olvidada.
Fuera lo que fuera aquel fenómeno de los narraluces lo cierto es que sigue provocando curiosidad y respeto. Al repasar aquellas obras vemos -en la mayoría de los casos- una gran altura literaria y un potente testimonio social de cómo era la Andalucía del tardofranquismo y comienzos de la democracia. Hoy, desgraciadamente, sus libros son inencontrables y eso constituye un fracaso, pero también una dolorosa asignatura pendiente.