La foto: el niño que se lleva la palma
Ahí va el pequeño Santi, vestido «como un pimpollo» de Domingo de Ramos, de camino a la La Ciudadela, donde se bendecía la palma golpeándola contra el suelo. «Mi familia no era muy religiosa, pero la Semana Santa era una tradición, un acto social. El reto era ver quién de todos los niños dejaba la punta más chafada». Santi tiene dos hermanos, «yo soy el de en medio, como los Chichos». No eran unos niños especialmente rebeldes, pero Santi iba un poco a su bola: «En verano, que íbamos a Montanejos, Castellón, yo desaparecía y nadie sabía dónde me metía. Eran veranos de ir a bañarse al río y de correr con los toros embolados. Todo el pueblo pagaba y luego los sacrificaban para repartir la carne entre los vecinos. Yo iba a escondidas al matadero a verlo todo. Me encantaba». Como comprenderán, no se identificó mucho con ‘El silencio de los corderos’: «Me flipó la película, pero a mí eso no me traumatizó en absoluto. Lo cierto es que alguna pedrada tengo, porque lo que me provoca es atracción». Y no fue solo una cosa de críos, fue reincidente. De hecho, mientras muchos actores han compaginado sus inicios con la hostelería, Santi se pagó los estudios de interpretación trabajando en un matadero: «Como tenía estudios, me pusieron en la báscula y en puestos de poco esfuerzo físico. Pero yo me cambiaba el turno con los compañeros y me ponía a matar, a cortar cabezas, a destripar… Era una cadena de producción en la que se podían sacrificar 2.000 corderos al día. La verdad es que allí acabas desarrollando un sentido del humor muy, muy negro».