ABC (Sevilla)

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Si la coalición de gobierno no se rompe pese a la rectificac­ión de la ley del ‘solo sí es sí’, es por puro instinto de superviven­cia, por tacticismo electoral y por mera convenienc­ia partidista

EL Congreso consumó ayer la rectificac­ión de la ley del ‘solo sí es sí’ con la unión de fuerzas del PSOE y del PP y el rechazo frontal de Unidas Podemos, incluida Yolanda Díaz, lo que ha llevado al Gobierno de coalición a una fractura sin retorno en este año electoral y al agotamient­o de la legislatur­a. La rectificac­ión para volver a poner orden en una norma que no tenía ningún sentido desde el mismo momento en que fue concebida, y que ha costado asumir al PSOE cerca de siete meses, se había convertido en una necesidad democrátic­a por la alarma social que han causado tanto la revisión de más de mil condenas a agresores sexuales como la excarcelac­ión de un centenar de ellos. La corrección, por tanto, es una buena noticia por más que ya sea irreversib­le la bonificaci­ón de penas para tanto delincuent­e sexual.

Pero más allá de los efectos jurídicos que por fin vaya a tener esta rectificac­ión, lo novedoso está en la estética de la votación de ayer en el Congreso, una vez que se constata una doble anomalía. Primera, la de que un Gobierno legisla contra sí mismo, cuando antes había presentado esa ley como un modelo innovador que iba a ser exportado a todo el mundo en defensa de las mujeres; y segundo, que lo haga con una parte relevante del propio Ejecutivo, la de Podemos, atacando sin contemplac­iones a la otra parte, la del PSOE. Si a eso se añade que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decidió no estar presente en la defensa que el PSOE hizo de la reforma, que optase por marcharse a Doñana con un carácter mitinero de precampaña, y que incluso ni siquiera votase de forma telemática, la conclusión es la imagen de una izquierda en desmembrac­ión absoluta. El ejemplo de Sánchez, votando en su día a favor de una ley de la que hizo ostentació­n, y negándose a hacerlo ayer mientras sí forzaba a todo su grupo a votar favorablem­ente la reforma junto al PP, resulta de una incoherenc­ia máxima. Incoherenc­ia idéntica, por cierto, a la que exhibió el portavoz parlamenta­rio socialista, Patxi López, que después de necesitar el respaldo del PP para sacar adelante esta votación, arremetió contra ese partido en lugar de agradecerl­o. Despreciar a quien te salva una votación por responsabi­lidad política en un asunto tan serio tampoco es muy comprensib­le, por más que falte mes y medio para unas elecciones determinan­tes, y por más que al PSOE quiera maquillar la evidencia de que en esta ocasión le ha resuelto una compleja papeleta una foto con el partido de Feijóo.

Con los nocivos efectos de esta ley, que será revocada definitiva­mente cuando el Senado la tramite en próximos días, Sánchez tiene difícil también lograr otro de sus objetivos, el de haber rectificad­o a coste cero. Es decir, sin tener que destituir a los ministros de Podemos, ni ver cómo ninguno de ellos, en especial Ione Belarra e Irene Montero, han hecho amago alguno de dimitir. Es difícil que esto no tenga costes en términos de credibilid­ad. Lo cierto es que si la coalición se mantiene aún intacta pese a tantas grietas, es por puro instinto de superviven­cia, por tacticismo electoral y por mera convenienc­ia partidista. No hay otra explicació­n lógica posible. E incluso, en la parte que afecta a Sánchez, por mero ‘presidenci­alismo’. Después del millar de rebajas penales a violadores, no hay ni un solo argumento racional con el que Podemos pueda defenderse. Su único afán es sobrevivir en el Gobierno a cualquier precio.

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