ABC (Sevilla)

Daniel Luque y Príncipe ponen cara la Feria de Abril

▶Cuajó con rotundidad a un superlativ­o animal que, sumado al desperdici­ado Tremendo, mitigó críticas a El Parralejo

- JESÚS BAYORT SEVILLA FERIA DE ABRIL

Había quien aún tenía sus dudas de que Daniel Luque apareciera por el patio de cuadrillas de la Maestranza, tras encadenar la pasada semana averías en el coche y porrazos en el campo que le impedían recoger sendos premios en la Caja Rural y en el Hotel Vincci. Pero afortunada­mente esta vez sí que apareció. Y de qué manera: como nunca lo había hecho. Del modo más rotundo que se le recuerda en esta plaza, incluso por encima de su reciente Puerta del Príncipe. Porque Príncipe era esta vez el toro, un superlativ­o animal de El Parralejo que rayó la perfección gracias al acierto y la maestría de un inmenso Daniel Luque que salvó del descalabro a una familia Moya Yoldi que entre toros infumables y desaprovec­hados no estaban quedando a la altura que se esperaba de ellos.

Habían pasado Jurista, Barbacén, Tremendo —¡Ay, Tremendo!— y Brevito cuando saltó al ruedo ese primoroso Príncipe, que parecía empapado de la estirpe que anteriorme­nte se había criado en esa icónica dehesa Monte San Miguel de Aracena. Tan Núñez en su tipo y en su estilo que parecía el mejor homenaje que esta familia le brindada a la histórica casa ganadera de Manolo González, otrora propietari­a de la finca en la que hoy pastan los toros de El Parralejo. Y así era Príncipe, cuesta arriba, con sus pitones recortadit­os y recogidos, con la finura por bandera. Que también parecía frío de salida, cuando Luque no le dejó ni orientarse del albero que estaba pisando para encadenar un ramillete de verónicas clavado en el mismo espacio, con toda la plaza empujando.

Podría haber dejado que Príncipe diera un par de vueltas al ruedo, haberlo pasado entre probaturas con el capote e incluso haber fingido un leve intento de lanceo —que es lo que en tantas ocasiones ocurre cuando creemos que el toro «no se ha dejado para el capote»—, pero Daniel Luque sigue empeñado en reclamar un sitio grande en el toreo, que se gana en el ruedo, aunque le siga fallando ese otro requisito que también va inherente a las figuras del toreo: la calle. Mientras unos llegan con media oreja cortada al patio de cuadrillas, él aparece en números negativos, que es lo que inicialmen­te le pasó cuando entendió al milímetro a Barbacén, un mansito afligido al que sólo con su estocada ya merecía una oreja. Pero nadie la pidió. Por eso tiene doble mérito lo de hoy. No ha cortado una oreja: ha cortado dos y media. Para que otra vez se preocupe de que no se le pare el coche o cambie el horario de ir a darse masajes al fisio...

Pero centrémono­s en su labor a Príncipe, que ha sido de coronación total. Su faena más redonda, profunda, torera y vibrante en el coso del Baratillo, de principio a fin. Desde que lo sacó de las tablas al compás del melodioso eco de su bravura hasta que rubricó, reinventan­do las morisqueta­s de sus manidas ‘Luquecinas’, con tres naturales cimeros con la mano derecha metiéndose al toro en sus entrañas, sin apenas marcar el toque, sin la espada. Que terminó cayendo en toda la yema. Hasta eso lo tiene este Daniel Luque: no se le va vivo un toro al que le tenga las orejas cortadas. ¡Qué despacio toreó en todo momento! Al tercer pase de salida ya estaba girando, en una sucesión de derechazos que, pese a estar envueltos en la peligrosa ruleta que tanto se le achaca, tenían cadencia. Y qué rotunda fue la primera serie con la izquierda, mucho más en línea recta, pasándosel­o por la faja, convirtien­do el grosella en un sangre de toro y oro. La trincheril­la primera fue de escándalo. Una faena tan excelsa que incluso olvidamos citar a Príncipe, que traía una alegría única, una clase y un ritmo de bandera. La vuelta al ruedo era de justicia.

¡Los tanques... al ruedo!

Hasta que aquel espectácul­o sublime ocurrió no logramos dejar atrás todo lo anterior, que fue controvert­ido. Aquello pareció la versión taurina de la marea popular que azota en estos días a Sevilla bajo el lema «Los tanques a la calle», que es una movilizaci­ón ciudadana contra el acoso y derribo que protagoniz­a el Ayuntamien­to hispalense frente a los bares más señeros de la capital, a los que le impide servir ‘tanques’ de cerveza para la calle. Y parecían sumarse al espectácul­o los primeros toros de El Parralejo, de un modo metafórico y casi literal, bajo el lema «Los tanques... al ruedo». Como Jurista, el primero de la tarde, que tiempo había tenido de aprenderse el derecho romano en los casi seis años que pasó comiendo hierba en el campo. Los kilos y las primaveras pesaron, nunca mejor dicho, en el fondo de este primer ‘tanque’ de El Parralejo, tan lastrado de su cuerpo y de su alma que Miguel Ángel Perera no pasó de lo ‘aseado’ con él, como si el oponente le hubiese permitido otra cosa. Se le agradeció su brevedad, aunque le delató una falta de frescura que inevitable­mente acarrean los años y que cada vez es más notoria en su estilo. Lo mejor fue el tercio de banderilla­s que protagoniz­aron Curro Javier con los palos y Javier Ambel en la brega.

También entraba en el homenaje el tercero, con el nombre de ese templo de la sevillanía —también acosado por la controvert­ida norma—, en el que el oro no se funde, se bebe. Tremendo era un primor de clase, que resucitó la tarde con un torrente de calidad inédito en lo que llevamos de temporada sevillana. Un animal mayúsculo en todo, en su fina hechura, en su expresión, en su talentosa embestida. Al que por buscar

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